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5.2 ARTE Y SOCIEDAD


El arte, la filosofía, la religión, la ciencia, las tradiciones y costumbres, formas diversas en las que el hombre expresa su concepción del mundo, ajustan asimismo las maneras en que los diferentes grupos humanos se organizan socialmente, tal como lo señala Arnold Hauser en su libro Introducción a la historia del arte. A lo largo del tiempo, desde las sociedades primitivas hasta las contemporáneas, el arte y la sociedad se han retroalimentado mutuamente.

El arte sirvió como instrumento propiciatorio, mágico, para garantizar la eficacia de las acciones humanas, desde la cacería prehistórica hasta el fortalecimiento en la seguridad y la confianza emocional o la aproximación hacia las diversas vertientes de lo espiritual en nuestra época, traspasando la frontera de la estética. Con un cariz animista, a través de él se han depositado poderes en los objetos con el propósito de influir en los nefastos o los amigables designios de los espíritus, que pudiesen con ello perjudicar o beneficiar a una determinada comunidad o individuo. Las sociedades de la antigüedad glorificaron divinidades religiosas y a sus representantes en la Tierra por medio de un culto que cobró cuerpo en las representaciones —algunas de las cuales son consideradas hoy como artísticas— de dioses, reyes, héroes o personajes populares; en himnos, relatos, esculturas y pinturas, en templos y otras formas de expresión que enaltecieron socialmente a los grupos en el poder.

El arte igualmente ha servido como propaganda de un determinado modelo social, como ocurrió con el muralismo mexicano y lo mismo con el realismo socialista en la antigua Unión Soviética. En el ocio orientado a la cultura de masas, a partir de grandes espectáculos destinados a la diversión, lo artístico adquiere el carácter de mediatizador y controlador de masas. Por otro lado, el arte se transforma a través de los diferentes órdenes sociales en un medio ideológico para promover valores con el fin de generar —en las bases sociales— sentimientos de pertenencia o identidad ante una determinada forma de pensamiento, modo de actuar o estilo de vida. En algunas propuestas de la música popular en México, en las cuales se exaltan valores identificados con los estados de violencia de género, delincuencia o abusos de poder, el trasunto de lo estético queda entonces supeditado a las demandas de un determinado grupo, el cual señala o impone pautas a seguir en cuanto al gusto de quien lo solicita. En contrapartida y alternadamente, se exaltan ideas artísticas al margen de toda problemática social, un arte por el arte.

En la conformación de los valores humanos que a través del tiempo son sustento de las concepciones del mundo y de la vida, el arte tiene un papel significativo. Esos valores son interpretados de acuerdo con los sentimientos y la conciencia de los individuos, en lo colectivo y en lo personal, en un sentido ontológico.

El arte en lo social nos hace más humanos; la herencia del pasado enriquece el presente y fortalece las expresiones del futuro. En nuestra época se está superando en lo social y en la práctica la idea de que el arte —incluido el llamado clásico— es exclusivo de una determinada élite o que está destinado a un grupo de eruditos, lo cual orienta su apreciación hacia un sentido humano y vivencial, incrementando el interés de las mayorías hacia él.

Los grupos humanos se reconocen en el arte porque éste, a su vez, está ligado a la vida. Desde los orígenes de la humanidad ayudó a los hombres a comprenderse a sí mismos y a sus congéneres, a conocer el entorno natural y a imaginar el universo del que procedían. A través de una serie de objetos y representaciones con rasgos artísticos, intervino su realidad para transformarla mediante acciones que hoy parece lindaron en lo maravilloso.

Con el desarrollo de las sociedades, el arte adquirió un carácter propio a partir de su especialización en diferentes disciplinas. La danza, la música, la pintura, el canto, la escultura, el teatro, la poesía y la arquitectura adquirieron paulatinamente una entidad distintiva debido a la naturaleza de sus concreciones y a las funciones que por ello asumían, satisfaciendo requerimientos cada vez más específicos. Las artes cobraron personalidad.

El arte adquirió sentido y se objetivó esencialmente por las condiciones sociales de cada época. En una visión panorámica y apretada de la historia, el esplendor del arte griego alcanzó su forma sustantiva debido a la sociedad esclavista; en la Edad Media, al trabajo de los siervos; en los tiempos modernos, a la clase trabajadora. Esta condición pone en cuestión la horizontalidad de las formas de expresión artística destinadas a ciertos estratos sociales. Surgen entonces interrogantes como: ¿a qué se debió la decadencia de las esplendorosas ciudades de la Antigüedad?, ¿por qué fueron abandonadas?, ¿qué causas provocaron su ruina, si se constituyeron en monumentales centros urbanos de importante poder político, militar, económico, social y religioso, y su traza, además, obedecía en lo arquitectónico a emplazamientos con significativos atributos astronómicos, plásticos y decorativos?

Tales centros se integraron por grandes espacios públicos, plazas, patios y colosales edificios, como es el caso de la ciudad de Teotihuacan, la cual es un referente de los niveles de desarrollo alcanzados en las sociedades de la Antigüedad mesoamericana, en cuanto a su capacidad de organización social, su poder económico-político y su representatividad religiosa, así como su capacidad para la construcción de espacios artificiales en el orden arquitectónico.

Una de las hipótesis admitidas sobre la decadencia de esas grandiosas ciudades es la que señala a ese tipo de sociedades como semi-esclavistas o esclavistas, socialmente integradas por grupos marginales y pueblos sometidos. Dada la condición de sojuzgamiento, un porcentaje importante de la población no se reconocía en los valores estéticos que ostentaban estas urbes; por el contrario, éstas representaban para esos grupos símbolos ostensibles de opresión que ansiaban transgredir e incluso destruir.

Lo anterior implica que las manifestaciones artísticas vinculadas directamente con valores pertenecientes a una clase social en particular son apreciadas como excluyentes para las otras, determinando por esa condición estratificada el alejamiento o la pérdida del carácter universal en el que las diversas clases sociales se reconocen. La sociedad de clases propició la declinación en los sentimientos de identificación hacia el arte.

Las clases marginales desarrollan su propia tradición cultural, se identifican con sus bailes, sus cantos, su arte lapidario, sus trajes típicos, su teatro, sus formas constructivas. Consecuentemente, de esta diferenciación surgen dos grandes vertientes artístico-culturales: una relacionada con las artes consideradas populares y otra con el arte culto clasificado en su momento como bellas artes, destinado a la aristocracia, la burguesía y para los especialistas en la materia. Desde esa consideración, el rubro de lo popular parecería sólo interesante para las masas en general. No obstante, para retroalimentarse, tanto los artistas como las tendencias artísticas cultas que producen se vinculan con las expresiones populares en general. Las evidencias aparecen en la música, en la pintura, en el teatro o en el cine, por mencionar algunas.

Esto se pone de relieve en México en las manifestaciones artísticas de los años treinta a sesenta. La película Redes, de Emilio Gómez Muriel y Fred Zinnemann —en la modalidad de cine documental— muestra a los auténticos pescadores de Alvarado, Veracruz, participando en la trama y desempeñando el quehacer que les daba sustento en la cotidianidad. La partitura musical del filme fue compuesta por Silvestre Revueltas. En Voces magistrales, Héctor Palencia Alonso escribe sobre el compositor:

En su música, Silvestre Revueltas utiliza el tipismo popular de México, tanto como la entonación vigorosa de las melodías de los cantares del pueblo… Su obra culmina con la creación de un nuevo lenguaje musical que lleva el folclore nacional hasta la universalidad del arte.

El cine abordaba temas con contenido social; lo mismo pasaba en la literatura, en la música o en el teatro. En las artes de ese periodo participaron artistas e intelectuales con una formación académica profunda, buscando contribuir por medio de sus propuestas a la toma de conciencia de la población sobre los problemas que aquejaban su realidad.

La industrialización de expresiones artísticas como la música o la danza activó su difusión por medios muy diversos, lo cual ha propiciado que se desvirtúen, pues éstas se originan en el seno de comunidades con historia y rasgos peculiares que les otorgan singularidad. Al trasladarlas por medios tecnológicos a escenarios que no corresponden a su esencia, rompen los vínculos culturales que las dotan de sentido y significación, como ha sucedido con algunas danzas rituales mexicanas.

La formación de públicos diferenciados es también un remanente de lo anterior. Aparece uno marginado por su participación racionalizada y su cocreación artística, y otro convertido en un público cautivo que solamente asiste u observa de manera mediatizada espectáculos masivos en donde se explotan sus necesidades autoexpresivas y sus sentimientos de pertenencia al "grupo", induciéndole a la concepción de una pseudo-cultura de buen tono, irónica e insustancial, en la cual la alusión a lo artístico se convierte en una mera distracción.

Emanada del Renacimiento y con un dejo autoritario por su orientación jerarquizante, la taxonomía que dividía a las artes en bellas o mayores versus artes menores, restó vigor al conjunto de las artes, pues fragmentaba la ponderación misma de las obras. Esto alcanza remanentes hasta nuestros días en el arte llamado culto, el cual además interactúa con las tendencias dictadas por las modas. Así, cuando lo artístico es enarbolado como distintivo de éstas, aparece entonces como frívolo, mecanicista y sin fundamento. En cambio, las "artes menores" —pese a que pueden practicarse por hombres con habilidades, destreza y capacidad de pensamiento—, al no contar con la acreditación del llamado arte mayor, corren el riesgo de convertirse en algo carente de sensibilidad aunque con una alta calidad técnica, como está ocurriendo con la industrialización de las artesanías.

En las diversas expresiones del arte se encuentran cualidades constantes que, independientemente de su origen social, manifiestan valores e intereses prevalecientes de una clase en particular. Si bien es cierto que en el siglo XXI se enfrentan vertiginosos cambios en todos los órdenes y de igual forma se han sucedido transformaciones sociales significativas, todavía la especie humana padece hambre y frío; las personas ansían entenderse y entender el mundo, aún aman y odian, desean dejar de sufrir y su imaginación se identifica con la proyección de lo humano expresado por el arte. Es en ese crisol de lo humano donde se integran las constantes artísticas.

En el arte, el hombre se confronta con lo racional y lo fantástico, con lo material y lo espiritual, con el entendimiento y lo emocional. El arte en general, llámese mayor o menor, concreta a la vez emociones y pensamientos, satisface los anhelos hacia lo trascendente de la sociedad en su conjunto.

En algunas ocasiones los sentimientos impulsan un esfuerzo máximo de razonamiento, mientras que en otras los pensamientos logran purificar las emociones, señalaba Bertolt Brecht. Su visión de las cosas ponía énfasis en la importancia que tenía la comprensión del arte por parte del público, la identificación de los sentimientos que éste le creaba y entendimiento del porqué de las expresiones artísticas; esto es, en sus propuestas el interés radicaba en develar el cómo, el porqué y el para qué de las acciones humanas, tanto en lo individual como en lo social. El propósito del arte para Brecht era que el hombre pudiese adquirir conciencia de su capacidad creativa y, por lo tanto, de su capacidad transformadora de la realidad social que vivía.

La sociedad determina en general las tendencias del arte y sus contenidos; de ella dimanan las características propias de un periodo dado, con base en el estadio de desarrollo que prevalece en su momento. Sin embargo, hay experiencias en el arte que son indefinibles y que solamente quien las vive las dimensiona de manera emocional por su impacto espiritual, las comprende dando sentido a sus contenidos, sin distinción en cuanto a si el valor radica en su condición de culto o simplemente en su dimensión emocional.

En las sociedades modernas la innovación y el progreso técnico asociados a la creatividad y como parámetros de avance ofrecen una gama alternativa de recursos para el arte. Mientras la tecnología puede proporcionar una mejora sustancial en las condiciones materiales de vida de las personas, en el ámbito artístico esa misma tecnología puede ser empleada como medio para mostrar la alienación resultante de los excesos en la mecanización de la vida que sufre el propio ser humano en su lucha por sobrevivir. El arte persigue fines estéticos e ideológicos, no propiamente y sólo los práctico-utilitarios.

La concepción que sustentaba la Ilustración acerca del progreso, meta situada en el futuro y que apuntaba hacia la emancipación del hombre, traía implícita la categoría de perfectibilidad tanto del individuo como de la sociedad y, consecuentemente, de sus formas de expresión más auténticas, como el arte. Asimismo, en la búsqueda de superación de lo imperfecto se polarizaron dos tendencias sustantivas de carácter político que marcaron la confrontación en la Revolución francesa: los "revolucionarios" a la izquierda y los "reaccionarios" a la derecha. Como corolario, el arte igualmente se polarizó en escuelas progresistas y conservadoras.

Ernst Gombrich señala como un síntoma tanto la asociación entre las innovaciones y el radicalismo en el arte, como las resistencias a dichas innovaciones asociadas con lo decadente. En el México del siglo XX esto se objetivó en la confrontación entre la Escuela Mexicana con contenido social y finalidad didáctica y lo que se conoció como la Generación de la Ruptura. Los orígenes de la primera se remiten al año de 1922, cuando se constituyó el Sindicato de Pintores, Escultores y Grabadores Revolucionarios de México, los cuales se declararon como artistas de izquierda. Una de sus más comprometidas metas fue la socialización de la expresión artística, aunque este propósito no se alcanzó enteramente —cierto es que en los tiempos modernos representó uno de los intentos más serios llevados a cabo—. Su campo de acción no sólo abarcó las artes visuales, sino que involucró lo mismo al teatro, la danza, la música, la fotografía, el cine y una diversidad muy amplia de formas de expresión artística.

Bajo esa premisa, la pintura de caballete floreció a la sombra del muralismo y esas obras tuvieron una alta demanda en el mercado interno del país y en el exterior. El muralismo mostró la gran virtud de abrir caminos novedosos en la plástica con el descubrimiento de un tipo de belleza eminentemente mexicana. Destacan aquí, entre otros, pintores como Manuel Rodríguez Lozano, Carlos Orozco Romero y Guillermo Meza, cuyo trabajo pictórico fue ejecutado dentro del realismo que dominó a la Escuela Mexicana de Pintura, basado en la imaginación lírica, en las costumbres populares y en la realidad social del país.

Son relevantes los alcances del arte mexicano en ese periodo, así como su impacto ideológico. Su aporte al arte en general tuvo efectos sociales que en otros países no se lograron y que en México —dadas las circunstancias— se hicieron posibles. La intención por establecer el vínculo entre las manifestaciones artísticas y el público a partir de la toma de conciencia, por medio de un arte público y para las masas, forma de expresión monumental dirigida a núcleos de población compuestos por obreros, campesinos y soldados, hacen del llamado Renacimiento mexicano (muralismo mexicano, Escuela Mexicana) un movimiento con profunda implicación social, digna del mayor interés en el panorama artístico del siglo XX.

 Algunos de los artistas que pregonaron un arte socialista y para las grandes masas se burocratizaron y se convirtieron en reproductores propagandísticos de los principios ideológicos de una Revolución institucionalizada. El muralismo, por ello, fue perdiendo sustento hacia el final de la primera mitad del siglo pasado, lo cual derivó en un posicionamiento ostensiblemente demagógico en lo artístico, sobre todo porque el modelo de la Revolución no alcanzó los ideales de una sociedad moderna, no sólo en lo político o lo económico, sino en lo referente a los derechos fundamentales del individuo.

Con el tiempo esa tendencia se desvirtuó, dando lugar a nuevas formas con rasgos abstractos y expresivos, como se aprecia en la obra de Rufino Tamayo. Alrededor de los años cincuenta el arte abstracto empezó a invadir el arte mexicano; en los años sesenta se fortalece un realismo expresionista orientado a una crítica del hombre moderno o de su sociedad. El gran público, las grandes masas, fueron acondicionadas hacia la indiferencia, hacia el no entendimiento del mensaje contenido en las obras. No sólo se miraban con creciente indiferencia, sino con desagrado, a pesar del intento de ligarlas a la tradición estética popular.

En su libro Una visita guiada. Breve historia del arte contemporáneo de México, Teresa del Conde menciona que fue Juan Soriano el primer representante de lo que hoy en día se denomina Ruptura. Este movimiento artístico buscó un camino diferente al que se había desarrollado hasta el fin de la primera mitad del siglo XX, lo que propició que los artistas jóvenes buscaran en el ámbito de las corrientes internacionales una alternativa distinta al oficialismo de la Escuela Mexicana promovida por el Estado. La Ruptura generó profundos cambios en el arte mexicano, de manera tal que, en su momento, a los artistas identificados con este movimiento se les acusó de ser los introductores de "influencias colonizantes del extranjero".

La generación de la Ruptura buscaba abrir los cauces del arte en México, centrados entonces hacia el nacionalismo y su corolario: el indigenismo. En sus propuestas planteaban el alejamiento definitivo de los fines didácticos para dar paso a la búsqueda de expresiones netamente estéticas, sin importar la pérdida de lo figurativo en la representación, admitiendo en su lugar planteamientos radicales extremos para esa época en México, como la esquematización propia de la geometría e incluso la disolución total de la figura, resultado de la abstracción. El carácter social y antropocéntrico del arte producido por la Escuela Mexicana se eclipsó dando paso a otro de corte cosmopolita.

La joven generación de pintores de los años cincuenta y sesenta no se identificaban a ultranza con los preceptos del realismo social y del nacionalismo, característicos del muralismo; eran independientes y se sentían insatisfechos, no estaban unidos por dogma alguno, sencillamente se expresaban de un modo divergente del mantenido por la Escuela Mexicana. El término Ruptura ya se venía usando en referencia a los artistas que no seguían los parámetros establecidos como resultado de la Revolución, pero se formalizó a partir de la exposición que en 1958 se llevó a cabo en el Museo Carrillo Gil.

Los principales líderes de la Ruptura, de acuerdo con Teresa del Conde, fueron Manuel Felguérez y José Luis Cuevas. Este último, en un texto publicado en el suplemento del periódico Novedades en abril de 1958, mencionó que México se encontraba cercado no por hierro o por humo, sino por la cortina de nopal. Había entonces que apoderarse de "el bastión de mármol" —el Palacio de Bellas Artes, sede por entonces de las más importantes exposiciones— y abrir nuevos espacios.

A finales de los años sesenta hay un cambio de paradigma generado por la crisis de la modernidad que se refleja en lo social, lo político, lo ideológico y particularmente en el arte. Este cambio de paradigma se ve reflejado en la estética contemporánea. Pasada la pesadilla de la segunda guerra mundial en Europa, el caos moral y social provocó que artistas como Jackson Pollock buscaran cómo responder sensiblemente al mundo, sin copiarlo, sin moralizarlo y sin reificarlo, sino compenetrándose puramente en su impulso creativo. Su intención provocó cuestionamientos, pues se planteó como una suerte de negación, de silencio cargado de significación en su "pintura al goteo".

Ese negarse a comunicar era patente ya en el siglo XIX. El poeta francés Stéphane Mallarmé presenta desesperanzado su página en blanco. En el siglo XX Eugène Ionesco, dramaturgo y escritor francés de origen rumano, sentencia en sus dramas: "la palabra impide que el silencio hable"; Samuel Beckett, dramaturgo, novelista, crítico y poeta irlandés, pone en escena un acto sin palabras; John Cage, compositor estadunidense, compone una pieza musical llamada Silencio; asimismo, Pollock cuelga en un museo un lienzo mudo y hecho de salpicaduras. Las raíces de la voluntad decidida a callar parecen remontarse a los filósofos iconoclastas del siglo viii: "Pintar lo que no se puede pintar."

En la época moderna, un importante conjunto de artistas ha renunciado a reproducir la realidad e incluso a corregirla, empeñándose en ir más allá del horizonte. La fuerza capaz de abandonar la realidad es la imaginación o la fantasía. Cuando a la imaginación se la despoja de todo obstáculo, límite o prohibición, es capaz no de imitar o corregir la realidad, sino de inventar una alterna. Como pequeños dioses, los artistas son así capaces de crear universos con realidades insospechadas, inconcebibles, extrañas, mágicas y maravillosas. Bajo esta connotación surge el arte de creación pura, que poco o nada tiene que ver con la realidad como la entiende el hombre común de la sociedad, el científico o el filósofo.

A lo largo del siglo XX surgió una gran cantidad de formas artísticas que en conjunto se vinculan con el modernismo. Característico de éstas son los poemas, novelas y pinturas sin referencia directa a la realidad social o a los problemas que cabe encontrar en ella. Un ejemplo se halla en el llamado arte abstracto, cuyos cuadros son habitados casi exclusivamente por figuras geométricas, puntos y líneas, manchas y bosquejos.

El divorcio del arte moderno con la realidad dificulta la experiencia estética, porque aun cuando la obra modernista contuviese una belleza y ofreciese mensajes al hombre y su sociedad, la posibilidad de entender la obra o disfrutarla requiere de una preparación previa. Un arte complejo empeñado en no representar la realidad sólo puede ser entendido y disfrutado por un grupo restringido; es decir, por una élite. Se trata de un arte hecho por un pequeño grupo —los artistas— para otro pequeño grupo —la élite de especialistas y diletantes—. Por tal motivo, el pueblo difícilmente puede entenderlo o disfrutarlo. Esto configuró una crisis en la función social que el arte debía cumplir. Entonces, si el arte no ofrecía alimento espiritual al hombre en general, si no podía garantizar el disfrute de la obra al hombre común, entonces no cumplía la función social que cabía esperar de él.

 En los años sesenta aparece el arte pop y con él Andy Warhol, quien se atreve a ofrecer un cuadro donde aparece una lata de sopa. Esto, en un claro deseo de vincular el arte con la vida cotidiana de la sociedad; un arte accesible al hombre medio como resultado de imágenes cotidianas. Es la época del florecimiento de la música pop-rock, de la de protesta, de los murales pintados en las paredes y del teatro callejero. Sin embargo, los defensores del modernismo insistían en otro tipo de solución al problema. Para ellos no se trataba de empobrecer al arte, de bajarlo al nivel de las masas, sino de que las masas elevasen su nivel. Para que esto fuera posible se requería de un plan de educación artística que preparara al hombre medio para el nuevo arte. Ambas tentativas de solución —construir un arte popular o educar al pueblo para que entienda formas más elevadas del arte— han coexistido durante las últimas décadas.

Desde la caída del muro de Berlín en 1989 se habla del fin de la historia, incluso del fin del arte. La dislocación en la confrontación de los dos grandes modelos sociales potencializa la globalización, y este proceso que tiende a la homogenización social parece admitir la desactivación de la lucha de clases entre burguesía y proletariado. Empero, ésta subsiste mientras no se elimine la condición de explotación del hombre por el hombre. El carácter elitista del arte se sigue manifestando, así como una cultura dirigida a las grandes masas bajo la concepción de industria cultural. No obstante, y a pesar de dicha confrontación, se están superando las diferencias sociales que entrañan sus correspondientes tradiciones y costumbres, precisamente gracias a la diversidad en las formas de pensamiento y sensibilidad, accesibles por la intercomunicación planetaria. Lo anterior estimula un reencuentro con el sentimiento de colectividad, mismo que se refleja en mayor o menor grado dentro de las artes a nivel internacional.

El arte contemporáneo es diverso: transita del objeto para culto hasta lo transgresivo, como lo refleja el trabajo del artista belga Francis Alÿs, quien apuesta en algunas de sus obras por lo efímero. Un ejemplo de su arte pudo presenciarse el 21 de agosto de 1994, momento de las elecciones presidenciales, con la instalación titulada Vivienda para todos en el Zócalo de la ciudad de México. Menciona el crítico Cuauhtémoc Medina: "Su propósito fue perturbar, el no significar nada como recordatorio de lo que no es; redimir lo que en la demagogia es la funcionalidad perfecta de no significar nada."

Las tendencias artísticas de fin del siglo XX y principios del XXI están ligadas a la fotografía, la objetualidad, la instalación, las acciones, lo conceptual, la no pintura y la pretensión social de que el arte asuma una condición emancipadora de las grandes masas sociales, en la cual los individuos abandonen el estatus de consumidor y recobren así la condición de ser humano —fundamental para el auténtico desarrollo de la sociedad.

Dentro de nuestras fronteras geopolíticas una cosa es cierta: mientras no se alcance la construcción de una sociedad más equitativa, continuará siendo evidente la carencia en las expresiones artísticas de todo parámetro vinculante o sustentador con la esencia misma de la que emana y a la que pertenece. En la perspectiva de algunos "críticos", en la actualidad se ha perdido de vista el proceso de construcción de un arte incluyente cuya finalidad no sea el protagonismo en los escenarios para el culto de obras, artístas o críticos, sino la de formar y enriquecer la experiencia del hombre y su sociedad.


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