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4.3 LOS MENSAJES DEL ARTE EN EL TIEMPO


Nuestro reflejo o la intimidad del artista salen al encuentro en el mensaje que comunica el arte. Desde sus orígenes, el hombre ha manifestado en formas múltiples lo que le hace sufrir o lo que le causa enojo; lo que le proporciona alegría o aquello que lo lleva a la reflexión de sí mismo o del universo que imagina. Todo está cargado de mensajes: las paredes rocosas de las cavernas y los erguidos megalitos, las vasijas decoradas y los coloridos mosaicos, las rítmicas danzas y las escenificaciones teatrales, el mobiliario cotidiano y los adminículos personales, los poemas y los retratos, las construcciones monumentales y la música compuesta para honrar a los hombres o a los dioses. En lo que hoy consideramos arte, en cada época y empleando los más diversos medios y materiales posibles, el hombre ha dejado constancia de sí. Su comunicación resuena en los mensajes codificados en esas obras.

No existe comunicación carente de mensaje; la comunicación es transmisión, y para que sea posible es indispensable transitar del solipsismo a la alteridad. En toda comunicación existe el reconocimiento de la otredad. Ese otro es el referente para la elaboración del mensaje. La comunicación se dirige al otro y a los otros. A partir del entendimiento del mensaje por aquellos para los que fue elaborado, se extiende el conocimiento del artista —concretado en la obra hacia su referente— y se comparte una visión del mundo.

Por medio del mensaje se pueden definir las discordancias y los acuerdos, lo que da sentido a la comunicación. Esa ida y vuelta continua es la dinámica que consolida el tejido social. El arte constituye la mirada sensible de la persona sobre su universo y su propio ser para los otros. Esa mirada cambia, como es cambiante el panorama que contextualiza al ser humano.

Edificio
Casa matriz del Fondo de Cultura Económica, ciudad de México. Arquitecto: Teodoro González de León (México)
© Barry Domínguez.

Por esas divergencias en la experimentación individual es primordial el mensaje que ofrece el arte, pues en él se halla esclarecida la experiencia humana sin nombre y sin apellido, con la cualidad de lo universal. Es en esos mensajes donde nos sentimos aludidos en la fibra más honda; son ellos los que nos llevan a clarificar lo que no somos capaces de distinguir, lo que por formar parte de nuestra cotidianeidad aparecía como carente de valor; lo que sin conocer rechazamos o lo que sin razón nos atrae o nos seduce. Son esos mensajes los que nos despiertan brusca o suavemente de la confusión en que vivimos.

En lo más íntimo, como si el artista conociera la entraña misma que nos conforma, los mensajes del arte nos hablan, nos describen, nos impactan, nos iluminan, nos concientizan. Los mensajes contenidos en las obras artísticas no son propiamente un manual de soluciones para el bolsillo. Llevan a la comprensión de esa problemática que cotidianamente se enfrenta como parte de la experiencia por existir; ayudan a su esclarecimiento y, en no pocas ocasiones, prefiguran o señalan de manera directa una solución. La creación del artista constituye en sí misma una respuesta objetivada; es la solución a la necesidad del hombre por conocerse y hacerse ontológicamente humano. Construir la propia ontología es un proceso paulatino que comienza en el nacimiento y culmina con la muerte. En él se apela y, a su vez, se requiere de la participación del otro para entenderse y asumirse como tal. En principio imitándole, posteriormente como punto de referencia.

En la convivencia mutua se genera el intercambio de mensajes entre unos y otros; asimilarlos equivale a poseer la capacidad de comprenderlos. Esta práctica constante transforma la capacidad en aptitud para decodificarlos. La obra de arte es una suerte de emisor continuo de mensajes cuyo espectro alcanza un amplio rango. Sus emisiones van de la dimensión sensorial básica hasta la racional abstracta, abarcando los diversos matices del sentimiento. Esta característica de la obra artística proporciona al creador la oportunidad de afinar su aptitud para elaborar mensajes y orientarlos más contundentemente hacia la sociedad de la que, alternadamente, es miembro y observador.

Dice Claude Lévi-Strauss: "En el fondo me parece que cuando el crítico de arte o el artista hablan de lenguaje, probablemente quieren decir algo como mensaje, e indicar con ello que el artista se dirige a un espectador o a un auditor."

A diferencia de otras realizadas por el hombre, la obra de arte no se concluye por el "autor", sino que la culmina cada nueva persona que se aproxima a ella y la completa con su propia interpretación, incluso con su intervención directa en las propuestas generadas en los siglos XX y XXI. Esto enfatiza que la comunicación en el arte se realiza de manera eficiente, en la medida en que los mensajes entre quien emite y quien recibe son asimilados, generando un fluido intercambio.

Puesto que quien recibe el mensaje artístico se transforma en emisor e interactúa con el creador de la obra aportando su propia acción transformadora sobre ella, entonces los mensajes originados de esa singular procedencia se convierten en un reservorio de saberes paulatinamente enriquecidos, que alimentan tanto al espectador partícipe como al artista. El bagaje cultural de ambos se nutre al complementarse, ampliarse, profundizarse.El arte es una forma y una fuente de conocimiento. En este trasvase permanente de saberes, el único y verdadero tamiz es lo netamente humano. Aunque en este dilatado acervo artístico la presencia personal es determinante, le acompañan también los haberes del entorno, tanto los de la naturaleza que habita como los realizados a partir de ella y construidos para su servicio. Todo ello conforma la escala de la evolución de nuestra especie, al lado de las aportaciones de las ciencias, la filosofía, la perspectiva mística o la religión.

Esto explica el quid en el renovado hallazgo de cada hombre al contemplar, por medio del mensaje artístico —como si de un espejo se tratase—, su rostro mismo. Emanado de la obra y cifrado en el mensaje, pero portando de manera inconfundible los rasgos característicos que le definen en su individualidad, los espectadores participan en el proceso comunicativo de la obra al descubrir ese hilo sutil que les une a ésta, invitándoles a continuar en la búsqueda y el encuentro de la trama tejida en torno a la vida, a su existir.

Freud subraya que "…una de las facetas más interesantes de la vida imaginativa, se trata de la existencia de un camino de retorno desde la fantasía a la realidad. Este camino no es otro que el del arte". El mensaje artístico hace las veces de un puente tendido desde la prehistoria hasta el instante mismo en que, como espectadores, nos colocamos frente a la obra para percibir, como en un reencuentro, la realidad que por su mediación se vuelve presente tangible y operante en el ahora. Por el mensaje artístico desfilan ante nuestros sentidos colores, sonidos, materiales, movimientos que, compuestos sensiblemente, facilitan la aproximación hacia el clima de pensamiento y la sensibilidad que los generaron.

Escaleras en caracol
Restaurante Los Molinos, centro de la ciudad de Oaxaca. Escalera elaborada con piedra cantera y mármol. Arquitecto: Enrique Lastra de Wit (México)
© Cortesía de Enrique Lastra de Wit.

En los mensajes emitidos por el arte, el tiempo parece desdoblarse de una manera todavía no explicada por la precisión de la ciencia. La estética representativa de una época se puede apreciar y entender por el mensaje contenido en la obra de arte. Las costumbres y la idiosincrasia de un pueblo se despliegan con claridad a nuestro entendimiento, sin recurrir a la sistematización de un curso. Las normas, los códigos, las convenciones de una cultura y su tiempo, se transforman, por efecto de los mensajes, en elementos que distinguen con claridad el quehacer del hombre en un momento determinado de la historia, eliminando su cariz excluyente, sin obstaculizar la comprensión de sus significados.

Escaleras en caracol
Restaurante Los Molinos, centro de la ciudad de Oaxaca. Escalera elaborada con piedra cantera y mármol. Arquitecto: Enrique Lastra de Wit (México)
© Cortesía de Enrique Lastra de Wit.

Comprender el contenido de un mensaje no implica acuerdo unánime. Pero cuando se entiende el quid de las cosas, es viable el respeto a la diferencia. Es más estimable la tentativa por convencer, que la desplegada por imponer, y en ella hay mayor muestra de equilibrio racional y de sensibilidad humana. En el tiempo que vivimos es primordial derribar barreras, desmontar prejuicios, pero lejos de la agresión o la violencia esgrimida contra el otro. El arte contribuye con sus mensajes al alcance de esos propósitos. No se trata de presuponer que los mensajes incluyan invariablemente una paloma de la paz como corolario, sino de entender que incluso en sus propuestas más radicales, el mensaje artístico plantea una visión prefigurada de lo que puede ser, antes de que eso ocurra. Así, el tema de la violencia —en ocasiones abordado por el arte— es mostrado de forma tal que no propone ejercerla, sino reflexionar sobre ella.

Los mensajes del arte pueden comunicarlo todo; en este sentido no es quizá el contenido abordado lo que se constituye en óbice para la comunicación, sino los prejuicios que las sociedades han creado en relación con ciertos aspectos de la vida. Por consiguiente, sus manifestaciones artísticas promueven y patrocinan determinadas temáticas, silenciando en contraposición otras. Durante la Edad Media la temática religiosa fue ampliamente abordada. En los estilos que se sucedieron en aquel entonces, el protagonismo de Jesús dominó en todos ellos. En el románico la tendencia ubicaba a Jesús ascendido como Pantocrátor o supremo juez en el cielo. En el estilo gótico, Jesús es traído de vuelta al mundo por las prédicas de san Francisco de Asís y mostrado en el arte como el pastor de la humanidad. Así, alternan en la cristología artística medieval dos formas temáticas: una haciendo alusión al Antiguo Testamento, como en la historia del rey David, cuyo linaje se vincula con Jesús; y otra dando primacía al Nuevo Testamento, como en el Sermón de la montaña o la Multiplicación de los panes.

No obstante, es asimismo en el Medievo cuando se elaboró una colección de cantos cuya temática exalta el goce de la naturaleza, los placeres de la vida y el amor carnal, conocidos bajo la denominación de Carmina Burana. El interés que esto comporta radica en el hecho de que en aquella época los temas preponderantes y autorizados eran los religiosos, no los laicos ni los que aludían definidamente a lo que entonces era considerado licencioso y connotado por su idea de pecado. Si a esto se agrega que los textos fueron escritos por los llamados goliardos, el conjunto resulta especialmente significativo.

Bardas en forma de triángulo formando un círculo
Detalle del Espacio Escultórico, UNAM. Creadores (México): Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Mathias Goeritz, Federico Silva y Sebastián
© Barry Domínguez.

En la época medieval se llamó con el término goliardo a los hombres que, habiendo sido consagrados a Dios, llevaban una vida ajena a su ministerio. El término con el que se les conocía se deriva del latín goliae, que designa a la gente del demonio, y a su vez de Goliat, demonio. La sociedad miraba a esos "clérigos" realizar actividades contrarias a lo esperado y conducirse desenfadadamente, lo que para su sistema de valores resultaba una auténtica herejía.

Los cantos de Carmina Burana fueron compuestos por los goliardos entre los siglos XII y XIII en una abadía de la ciudad de Bura. De ahí el nombre de burana, es decir, de la ciudad de Bura. Carmina viene de las voces latinas cármèn y carminis, que significan canto o cántico. Este conjunto de cantos —Carmina Burana— integra el grupo más numeroso y antiguo de textos profanos medievales conocido. Aquí son abordadas las bellezas de la naturaleza entendidas desde su percepción sensorial más llana, el disfrute de la pasión sensual, el juego, la fortuna, las cosas cotidianas o la descripción de animales referidos al goce o a la burla. Pero igualmente se encuentran entre sus rimas alusiones críticas a los estamentos vinculados tanto con la monarquía como con el clero, mensajes satíricos que exponen lo retorcido de cierta moral deleznable en su raíz. Los mensajes originados en esos cantos aludían a los aspectos de la vida que estaban vedados o excluidos de la cotidianidad, en una sociedad sujeta a los dogmas de la fe concebidos por la institución eclesiástica del Medievo; dichos mensajes fueron eclipsados por la fuerte censura de su época. No obstante, lo que antaño estaba prohibido, en nuestros días es admitido y apreciado por sus cualidades estéticas.

En los años treinta del siglo pasado, Carl Orff seleccionó alrededor de una veintena de poemas incluidos en Carmina Burana para componer una cantata. Pese a que Orff subtituló su obra, ésta se conoce de manera genérica con el nombre que hace referencia al conjunto original del que provienen. Esa cantata ha permitido la divulgación de sus mensajes en los textos escritos en latín, aunque algunos versos aparecen en alemán y francés antiguo. A partir de su estreno en el siglo XX ha gozado de una amplia aceptación en todo el orbe.

Si bien los textos originales han sido traducidos a varias lenguas y esto ha permitido que sus mensajes sean más cabalmente comprendidos, es alentador que la cantata —textos y música unidos— haya gustado a miles de millones de personas en el mundo, en principio, percibiendo su mensaje vital entretejido en la música. Empero, Carmina Burana concreta el testimonio de la libertad por el arte, pues a pesar de las prohibiciones no hay silencio impuesto que permanezca. Los mensajes artísticos habrán de hallar un cauce de expresión.

A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI se han realizado estudios que buscan determinar en las obras musicales su capacidad para detonar emociones en poblaciones muy diversas; esto es, su aptitud de comunicar. Se dice que la música es la más universal de las artes; los resultados de estas investigaciones parecen corroborar tal acepción, pues sin importar la procedencia geográfica, escolaridad, credo religioso, concepción del mundo, género o edad, las cualidades sonoras logran provocar emociones similares a grupos sociales disímbolos.

Por ejemplo, al escuchar piezas que fueron concebidas para crear un ambiente de recogimiento por el dolor de la muerte —como en un réquiem—, la emoción producida fue consistentemente la de tristeza y pena, aun en grupos de escasa o nula escolaridad y procedencia no occidental que desconocía los fragmentos y cualquier significado previo relacionado con éste. Asimismo, al escuchar fragmentos de música festiva, como el allegro, la orientación se definió hacia el entusiasmo y la alegría. Es necesario acotar que la música seleccionada no se limitó a la desarrollada por la concepción clásica occidental, sino que abarcó diversos géneros, estilos, orígenes y tendencias, con lo que las diferentes muestras pudieron explorar los efectos producidos en un amplio rango de posibilidades.

Los mensajes del arte permiten franquear las barreras culturales de las sociedades, aun las de la dimensión temporal en la historia. Pongamos por caso la tragedia griega, y de ésta, la versión considerada principal de Edipo Rey, obra de Sófocles. Trata acerca de un hombre cuya fortuna se trueca en infortunio por el hado divino, mismo que le impele a asesinar a su padre y luego a casarse con su madre para engendrar a sus hijos. En este complejo ardid es coronado rey de la ciudad de Tebas, haciendo a sus habitantes por ello y sin saberlo, copartícipes del castigo divino. Edipo combate de manera incesante contra el sino del determinismo griego, cota insalvable para la condición humana. Su lucha es derrota permanente, pues bajo la óptica terrena es imposible ver los escollos dispuestos por los dioses en el camino. Cuanto más busca apartarse del tropiezo, más se acerca a la trampa. Sus fallos desencadenan una estrepitosa caída. De la obnubilación sobre su acontecer pasa a la ceguera esclarecedora de su cruenta realidad.

El mensaje intemporal del hombre frente a la peripecia de la vida, enfrentado a su destino, ha conmovido a cientos de generaciones a lo largo y ancho del orbe y en el transcurrir del tiempo. Por efecto de la catarsis en que la vivencia del protagonista se torna en la escena como experiencia personal, que sin experimentarla en carne propia se expía en el actor, como si el escenario facilitara una suerte de espacio para la transferencia de lo horrendo, sufriendo a través del otro lo que no deseamos nos ocurra en la realidad, nos ligamos empáticamente a él en la representación, porque la índole de lo que ocurre es tan crucial y tan honda que sentimos pudiera ser la nuestra. Sin afectarnos en la inmediatez de lo concreto, por la purificación de la catarsis —descrita por Aristóteles—, somos capaces de levantarnos al final de la escenificación y aplaudir cuando la tragedia termina, como sacudiéndonos de una pesadilla que al despertar se disolviera.

Edipo Rey trasciende en el tiempo por el arte. Es el hombre con rostros y ropajes distintos que pronuncia las mismas palabras con mensajes dolientes que trastocan y atemorizan, pero que a la vez causan compasión. De la Antigüedad hasta nosotros, una serie de versiones de Edipo han revestido al personaje con los adminículos de otras épocas, pero conservando lo sustancial en sus mensajes. En la Edad Media, las leyendas de los santos Julián y Gregorio lo recuerdan; más tarde Corneille y luego Voltaire lo llevan al teatro. En el siglo XX, Cocteau revive a Edipo en su obra titulada La máquina infernal.

Gracias a la tecnología cinematográfica, el mensaje de Edipo ha llegado a proyectarse al público cosmopolita de las capitales del mundo, como en la adaptación dirigida por Pier Paolo Pasolini. Entre muchas otras realizaciones cinematográficas figura también la adaptación realizada por Gabriel García Márquez al texto de Sófocles, que lleva por título Edipo alcalde. Esta coproducción mexicano-colombiana —participan también Cuba y España— traslada el devenir del trágico personaje hacia la tensa realidad que se vive en Colombia, país natal del escritor.

La música, traspasando límites geopolíticos, le otorga timbres sonoros a la tragedia de Sófocles con las obras de Leoncavallo y Stravinsky. Así, con la permanencia de Edipo Rey desde la antigua Grecia hasta el momento actual, se muestra el valor inmanente de su mensaje a la sociedad contemporánea y, con ello, se afirma también el valor inherente que caracteriza a los mensajes artísticos.

A diferencia del pasado, para el arte de nuestros días la máquina se constituye en personaje relevante. A partir del siglo XIX y como producto de la industrialización, estos artefactos creados por el hombre hacen su arribo introduciendo una estética mecanicista al arte. Una locomotora, una bicicleta, una máquina neumática y otras más irrumpen en la perspectiva del arte; el mensaje entonces es hablar del progreso.

En los albores de la Revolución industrial, las máquinas fueron mostradas enarbolando el mensaje emancipador del hombre de todo trabajo duro e inhumano. La ausencia de esos desarrollos era la causante de la esclavitud humana y de su empobrecimiento. En el arte se cuestionaba aquella paradoja, sus mensajes alentaban a la reflexión sobre el sentido liberador de los mecanismos para la humanidad. Desentrañar lo secreto en ese proceso de industrialización cada vez más acelerado del mundo que le rodeaba era una de las tentativas más definidas en los mensajes artísticos. ¿Acrecentar el conocimiento sobre el manejo de ese ambiente en beneficio de la humanidad representaba el verdadero sustento en esa dinámica casi insoslayable por la industrialización?

Andador
Muro y andador de adobe desplantados en piedra. San Felipe del Agua, ciudad de Oaxaca. Arquitecto: Enrique Lastra de Wit (México)
© Cortesía de Enrique Lastra de Wit.

Durante el último cuarto del siglo XVIII en Inglaterra, pintores como Joseph Wright se encargaron de realizar cuadros en los que aparecían los primeros experimentos en física y química, llevados a cabo como parte del proceso puesto en marcha hacia la industrialización.  En su obra titulada Experimento con una máquina neumática, el artista muestra los aspectos que le causaban particular interés y que comparte con el público a través de los mensajes comprendidos en ella. Se inclinaba tanto por los efectos originados a partir de la luz artificial, como por los causados entre los asistentes a tales experimentaciones.

Andador
Muro y andador de adobe desplantados en piedra. San Felipe del Agua, ciudad de Oaxaca. Arquitecto: Enrique Lastra de Wit (México)
© Cortesía de Enrique Lastra de Wit.

Exploraba la psicología de los distintos miembros en grupos heterogéneos de personas que colocaba generalmente en habitaciones cerradas, a fin de enfatizar el impacto interno que tales cuestiones motivaban en el pensamiento de aquella sociedad. Contrastan, por ejemplo, las expresiones de interés y curiosidad entre los hombres que rodean la mesa donde se efectuará el experimento, con la del científico que, impávido, lo conduce, pues dispone cuidadosamente los accesorios para ese fin. O la actitud de horror de dos niñas, una de las cuales se cubre el rostro para evitar contemplar la muerte de la paloma utilizada como cobaya en éste, en tanto que la otra pequeña mira con desaliento y a punto del llanto aquel horror. En un extremo de la pintura se observa a un personaje en plena reflexión interior, mientras otro, próximo a las niñas, las toma tiernamente tratando de explicarles lo que se proponen comprobar. Lo racional y lo sentimental alternan en el mismo ámbito de lo humano provocados por el mismo detonador. Susanne K. Langer expresa que "es artísticamente bueno todo aquello que articula y presenta el sentimiento para nuestra comprensión".

Los mensajes mostraban el sentido dubitativo surgido en torno a esa manipulación osada de lo creado por fuerzas omnímodas y lo construido por el hombre. Se producía una especie de polarización entre la creación orgánica de la naturaleza y los hallazgos e inventos propuestos por el hombre. Esos mensajes obligaban a volver la mirada hacia la reflexión de la dicotomía entre lo humano y lo mecánico. La interdependencia fundamental del binomio en la que el hombre ensayaba en forma racional aplica su fuerza creadora sobre un entorno de suyo poseedor de un alto potencial de creación transformadora, parecía de pronto colocarlo ante la posibilidad de invertir el posicionamiento del uno con respecto al otro, para no sólo aprovechar la riqueza natural de su entorno, sino para ser capaz de manipular ese potencial transformador a su "racional arbitrio".

En dos muy conocidas obras de José María Velasco —El puente de Metlac y La cañada de Metlac—, el hierro colado del puente, los rieles y la locomotora rompen con su silueta gris, el mechón de humo y la velocidad, el espacio antes ocupado en plenitud por el paisaje. Esa línea ferroviaria conectaba el puerto de Veracruz con la ciudad de México, salvando la dilatada y compleja orografía nacional. Con sus conocimientos de botánica, Velasco da un tratamiento detallado a la vegetación tropical destacándola por sus ricas tonalidades verdes; con ello el mensaje acentúa la distinción entre la vida al lado de la inerte frialdad de las estructuras metálicas.

Escaleras de un edificio
Edificio Basurto en la ciudad de México. Arquitecto: Francisco J. Serrano (México)
© Barry Domínguez.

La visión del romanticismo del "hombre como una cosa entre las cosas de la naturaleza", cedía paso a la del dominio racional del ambiente natural por el hombre por medio de la máquina, que toma protagonismo con valor propio dentro de lo artístico sin necesidad de esperar el devenir del tiempo. Sin mediar la extensión del conocimiento entre los miembros de la sociedad o su convencimiento sobre la bondad del inminente cambio, la máquina impuso su presencia en las diversas manifestaciones del arte, tan rápidamente como lo fue el propio proceso industrial.

Los mensajes artísticos de aquellos años toman a la locomotora como metáfora del cambio apresurado hacia el progreso industrial, momento en que el hombre es desplazado como unidad productiva básica. Parece ser que la primera imagen de un ferrocarril apareció en la obra de William Turner titulada Lluvia, vapor y velocidad. Es notable la serie realizada más tarde por Monet sobre La estación de Saint-Lazare, en la que la máquina no sólo adquiere personalidad, sino que sitúa la imagen del progreso vinculada a la ciudad. En Vagón de tercera clase, obra de Daumier, es posible apreciar el interior de uno de esos espacios en el que los humildes pasajeros, absortos y subsumidos en sus cavilaciones, se miran apretujados. Aunque viajan unidos codo con codo, se encuentran distantes en el pensamiento. Su mensaje nos habla de la soledad dentro de la multitud, propia de la modernidad.

Con un dejo de sarcasmo, José Guadalupe Posada manifiesta el mensaje cuestionador del artista sensible y perceptivo ante su realidad más inmediata. En uno de sus grabados muestra el Choque entre un tranvía y una carroza fúnebre: un modesto pero veloz tranvía embiste una carroza fúnebre, dejando como resultado el cadáver expuesto del difunto que ha ido a dar sobre el suelo de una calle cualquiera. El mensaje señala que la marcha del progreso no se detiene ante nada, ni siquiera ante la muerte.

Son múltiples las formas en que los artistas conforman la interpretación de su realidad mutable. La fotografía producto de la cámara y el cine del cinematógrafo se suman a esos afanes, alcanzando para los mecanismos la carta de naturalización artística. Esto queda señalado en sus mensajes al poner de relieve las paradojas de lo humano: denodada búsqueda del progreso versus enajenación en su perspectiva cotidiana, lo que se acentúa en los tiempos que corresponden a la veloz carrera por la industrialización hasta la era de la informática.

Durante miles de años la actividad de los humanos se encaminó a tomar de la naturaleza los recursos necesarios para subsistir. Con la Revolución neolítica, las actividades importantes se centraron en la obtención de alimentos a partir de la agricultura y la ganadería. Tal situación se prolongó hasta la Revolución industrial del siglo XIX, que encaminó sus quehaceres a la producción de objetos que facilitaban el confort a la sociedad. A finales del siglo XX comenzó la revolución postindustrial en los países económicamente desarrollados.

La proliferación de nuevas tecnologías, como la biogenética o la biomédica, la electrónica, la informática o las comunicaciones, impulsaron la automatización de los procesos necesarios para la producción de alimentos —propios de la Revolución neolítica— y de los objetos —correspondientes a la Revolución industrial—. En la revolución postindustrial el centro de la economía tiende a desplazarse definidamente hacia el conocimiento. Asegurada la subsistencia y el confort, los esfuerzos humanos se dirigieron hacia la conservación de la salud, la prevención de las enfermedades, la longevidad y la calidad de vida. En una dimensión intelectualizada como la referida a estas mutaciones, los servicios adquieren mayor preeminencia que los objetos. En este contexto social del conocimiento y la comunicación, la cultura y el arte se configuran como actividades de primer orden.

El turismo, una forma de conocimiento a partir de la vivencia y la experiencia directa, logra a su vez protagonismo. En ese marco, el patrimonio artístico se convierte en una importante pieza económica y cultural, susceptible de ser utilizada, aprovechada y conocida de maneras diversas. Durante la Revolución industrial, el patrimonio había tenido un escaso reconocimiento. El Estado lo empleaba como refuerzo ideológico que coadyuvaba en su fundamentación, en tanto que la clase ilustrada burguesa lo tomaba para su uso y disfrute. Para la sociedad de la información, el patrimonio cultural y artístico se convierte en un complejo capaz de sustentar y dinamizar las industrias del siglo XXI.

Los cambios en las formas de vida de este nuevo siglo se suceden vertiginosamente. Las nuevas tecnologías y las modificaciones sociales producen colisiones culturales entre los individuos y las naciones. Sociedades que demográfica y culturalmente pueden considerarse estables, son objeto de duros embates que las sacuden, como el proceso llamado de multiculturalidad. Las diferencias alcanzadas en los desarrollos de los países del orbe han propiciado la activación global en las corrientes migratorias, primordialmente dirigidas hacia las naciones desarrolladas, pero sin excluir a las que se encuentran en vías de desarrollo. Esto ha provocado colisiones entre los usos y tradiciones de la población alóctona que se moviliza, con respecto a los habitantes autóctonos del lugar al que se llega. En el caso de la cultura occidental, basada en la modernidad ilustrada y en el trinomio libertad, ciencia y progreso, no ha podido asimilar de manera equilibrada los impactos resultantes de las migraciones.

La cultura implica la práctica de costumbres que conllevan límites, en ocasiones difíciles de salvar. Sin embargo, a pesar de ostentar las características propias de su procedencia individual y nacional, los mensajes del arte han podido expresar con autenticidad y firmeza, pero sin alentar contiendas armadas, las desigualdades entre las sociedades; han hecho posible el diálogo con el otro. Esto resalta en comparación con el panorama que ofrecen instituciones como la familia, la Iglesia o el Estado, que en el pasado se habían revelado como puntos torales para la transmisión de valores mediante sus mensajes. En nuestros días, esa vía pontificia se ha desmoronado ostensiblemente.

Frente a esta situación aumentan las demandas al sistema educativo y cultural del Estado, en el sentido de priorizar su función como formador de valores, lo que ha comportado una pérdida en sus funciones instructivas. En este contexto se destaca especialmente el patrimonio artístico, en su calidad primordial de agente para la construcción y consolidación de valores por medio de sus mensajes. Por ellos es posible comparar para ponderar —sin agresiones blandidas contra la diversa otredad— los sistemas de pensamiento, las creencias, los parámetros y las aplicaciones que, por su mediación como sociedades, hemos puesto en marcha a lo largo de la historia.

Dado que el ser humano posee, por medio del arte, la destreza de registrar sensiblemente su realidad y las variaciones en ella, la inmersión en los mensajes estéticos del patrimonio artístico, así como la contemplación y disfrute del arte mismo, confieren una experiencia sustantiva a los individuos en el proceso de sensibilización hacia lo humano.


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