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4.2 EL LENGUAJE Y LOS MEDIOS DEL ARTE


Cuando los conocimientos y creencias que conforman una determinada visión del mundo —cosmovisión— se transforman, dan origen a un nuevo modelo de pensamiento; esto es, se produce un cambio de paradigma. Esas grandes revoluciones no sólo se dan en el ámbito de lo social, lo político o lo económico, sino también en lo científico, lo tecnológico o lo cultural y lo artístico.

La invención de los tipos móviles metálicos en la imprenta durante el Renacimiento, a mediados del siglo XV, modificó las formas del pensamiento heredadas de la Antigüedad. La imprenta revolucionó la cultura humana y las formas de comunicación. La escritura fue sustituyendo a la tradición oral como forma de transmisión del conocimiento. Con la imprenta el saber escrito dejó de ser patrimonio de una élite y se extendió a amplias capas de la población; la imprenta permitió no sólo la difusión de la narrativa y la poesía, sino que contribuyó para que las personas reafirmaran su identidad individual. El arte y la cultura de ese periodo consolidaron también identidades religiosas, regionales y nacionales.

La imprenta como medio facilitó asimismo las formas de expresión artística, sobre todo los sistemas gráficos de reproducción múltiple, como la xilografía —forma de impresión que se realiza en una placa de madera en la cual a partir de un dibujo se desbasta la imagen mediante gubias, produciendo un relieve; posteriormente, gracias a un entintado se imprime en papel por medio de una prensa denominada tórculo—. De aquellos momentos hasta el desarrollo experimentado por la tecnología de impresión en el siglo XX, los textos impresos se situaron como los medios predominantes para la difusión del saber.

La Revolución industrial —uno de los grandes paradigmas a considerar en esas mutaciones— modificó profundamente las relaciones sociales de producción en lo tecnológico, lo socioeconómico y lo cultural. El tránsito de la manufactura a la mecanización ocurrió debido a ella hacia finales del siglo XVIII. El mundo clásico se disolvió con los ideales de la Ilustración francesa, sustentada en una visión del mundo a partir del concepto de ciencia moderna; es decir, bajo la concepción de la revolución científica en la que los filósofos de la Ilustración propugnaban por una ciencia objetiva, una moralidad, leyes universales y un arte autónomo acorde con su lógica interna.

En ese periodo se suscitan los grandes movimientos sociales cuyo motor es la lucha entre dos clases bien diferenciadas: la burguesía y el proletariado.

El siglo XIX fue el crisol de la modernidad. Los románticos se opusieron a la fría actitud racional de los neoclásicos, fundamentados en la Antigüedad clásica. Paralelamente, a la decimonónica enajenación del trabajo correspondió la idealización del Medioevo, emergiendo entonces una conciencia radicalizada por el aliento del espíritu romántico. La modernidad estableció una oposición entre la tradición y el presente; en todos los ámbitos de las artes se apostaba a lo nuevo. Ejemplos de esta oposición los encontramos en la obra del escritor estadunidense Edgar Allan Poe o en la poesía de los simbolistas, como el francés Arthur Rimbaud, cuyas obras fueron abrazadas en parte por el modelo al que combatió.

La modernidad trajo consigo nuevos medios como el fonógrafo, la fotografía, la radio y el cine, que se constituyen en formas para la expresión artística desde finales del siglo XIX.

Posteriormente, hacia los años sesenta del siglo XX se registra otro cambio de paradigma, consecuencia de la crisis o declinación de la modernidad, al no alcanzarse los principios fundamentales del progreso accesible a todos. La idea se arraigaba en la certeza de que el desarrollo de las artes, de las tecnologías y del conocimiento debía ser beneficioso para el conjunto de la humanidad; por lo tanto, debía emancipar y superar la ignorancia, la pobreza y la injusticia, entre otros tantos flagelos. Sin embargo, al no lograrse esas finalidades, los diferentes grupos sociales en el mundo discreparon para impulsar cambios significativos en oposición al modelo de la modernidad. Se entró al ámbito de las nuevas tecnologías que revolucionaron globalmente a las sociedades contemporáneas. En el arte, las vanguardias perdieron el peso significativo que hasta entonces ostentaban en los lenguajes artísticos y surgieron formas alternativas en lo visual, en lo sonoro y en lo literario, dando pie a novedosos medios que cambiarían las formas de representación artística.

Las tecnologías desarrolladas favorecen el surgimiento de nuevos lenguajes y medios de expresión artística; al mismo tiempo, grupos marginales minoritarios rescatan otros que parecían superados; sus necesidades de comunicación o de hacer patente su situación social los llevan a recuperar formas alternativas que adquieren significación a partir de acciones que rompen con los modelos establecidos. Muchas de estas formas de expresión están relacionadas con objetos, sonidos, movimientos, imágenes y códigos de carácter simbólico, entrecruzados transversalmente con los lenguajes contemporáneos, así como con los lenguajes mágicos y anagógicos.

Las computadoras u ordenadores han modificado la concepción y los estilos de vida en la era del conocimiento. No obstante, los medios en el arte no se limitan a los materiales y a las técnicas o los instrumentos, sino que incluyen también elementos que lo constituyen como lenguaje. Entre ellos están el movimiento, el sonido, el ritmo, el tiempo, el espacio, el intervalo, la forma, la imagen y un sinnúmero más.

En el ámbito de la expresión e interpretación del arte hay dos tipos de sujetos: uno es el artista y el otro el espectador. El artista se encarga, a través de los medios, de darle forma y contenido a la obra artística, de ir más allá de las propiedades intrínsecas de los materiales empleados. Para esto incursiona en su uso y en el manejo de técnicas diversas, lo que le permite hacer eficientes al máximo las cualidades extrínsecas de sus materiales, y hacer patente el factor común a toda obra artística: el manejo de un código.

Los materiales permiten a través de los medios integrar formas en una significación, formas que de hecho son sólo unidades, carentes por sí mismas de un valor expresivo, hasta que se constituyen como "señal". Los seres humanos se entienden por medio de las formas o palabras significativas, gracias a las letras, los colores y los sonidos, los cuales se integran en un código. Las palabras remiten a sus referentes componiendo una unidad de significación. El código es, por tanto, un medio de significación; contiene los conceptos elementales en que se sustenta la comunicación. Para detonarla el código debe integrarse a partir de las "formas de las cosas" en lo pictórico o lo escultórico, como lo son para el lenguaje hablado los fonemas en interacción con los sonidos que significan conceptos.

Sólo al reconocer un mundo de objetos significativos, los medios y los materiales han concretado la comunicación por la acción del hombre. Es en esos objetos o formas artísticas en donde los materiales adquieren una consistencia a escala humana, impulsando al artista a la acción por trascender. No sólo desde la aprehensión racional del mundo, sino desde el plano de lo sensible se establecen armonías que subyacen a profundidades antropológicas, como lo que en nuestros días se llaman semejanzas culturales, haciendo referencia a similitudes que presentan diferentes culturas de la antigüedad en los objetos que le son propios, a pesar de que se sabe no mantuvieron contacto alguno, ya sea por su localización geográfica o por su ubicación en el tiempo.

El artista recurre a formas de representación como la abstracción, en la cual se pretende sustituir las formas que aprecian nuestros ojos en la naturaleza por formas que no guardan referencia con su original. Un ejemplo de ello es la escultura bajo el concepto de campo expandido. La escultura en este sentido forma parte de un universo o un espacio cultural o incluso cosmogónico, como lo fue la práctica del juego de pelota entre las culturas mesoamericanas.

Torre de Cristal
Torre Latinoamericana, ciudad de México. Diseñada por el arquitecto Augusto H. Álvarez y construida por el doctor Leonardo Zeevaert, el arquitecto Alfonso González Paullada y el ingeniero Eduardo Espinosa, todos mexicanos.

De acuerdo con este concepto, la escultura posee múltiples posibilidades, cada una estructurada de manera diferente, como es el caso de las obras en campo expandido de Robert Smithson, Malecón en espiral, que se ubica en el gran lago salado de Utah en Estados Unidos. Este concepto marca una ruptura en relación con los sistemas tradicionales de la escultura, incluso del arte en general. En el terreno de la crítica, estas propuestas son una muestra de la posmodernidad. En ella los medios se han modificado dando lugar a un discurso transformado, a tal punto que son ellos quienes determinan la conformación de los nuevos lenguajes artísticos.

Empero, el trasunto de lo humano permanece. El imaginario colectivo se sustenta por sugerencias metafísicas conformadas por imágenes cuyo origen se halla en el "inconsciente colectivo" —sustrato sobre el que no operan los individuos, simplemente lo poseen—. De este imaginario provienen muchas de "las figuras" que, por medio del arte, posibilitan un diálogo estético sostenido en el tiempo y las distintas geografías, imágenes que pueden ir de lo banal a lo metafísico o de lo abstracto a lo antropomórfico; iconos que a través del tiempo permanecen en el inconsciente sin ser modificados ni por la sociedad ni por el lenguaje artístico.

Frente del Centro Cultural Universitario
Centro Cultural Universitario, UNAM, ciudad de México. Arquitectos directores (México): Enrique del Moral, Mario Pani Darqui, Domingo García Ramos y Mauricio M. Campos
© Cortesía de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM.

No obstante, hay iconos que, debido a su comercialización, muestran una definida intervención a fin de incrementar su valor de consumo —los de carácter religioso dan una clara evidencia de ello—. La singularidad en éstos radica en que, a pesar de lo anterior, mantienen a lo largo del tiempo un valor "latente", así como una autonomía definida con respecto a las acciones humanas.

Estos iconos suponen la creencia en una suerte de concepción anagógica del universo o, cuando menos, la perspectiva de algo supra-humano. Ellos estimulan formas de comunicación entre los individuos de todos los tiempos, como ocurre con lo inconmensurable de una montaña o la monumentalidad que dimana de los basamentos piramidales —pongamos como ejemplo el caso del centro religioso de Teotihuacan, que impacta y emociona a cualquier persona que lo visita—. Estas significaciones vitales responden a modos de comunicación que superan las barreras temporales, porque establecen conexión íntima con la naturaleza humana.

Ferdinand de Saussure, en su texto Curso de lingüística general, comenta que los atributos universales en los códigos son arbitrarios por el hecho de que impactan a los individuos en formas diversas. Pese a ello, es posible decir que los códigos, en tanto que sirven como medios en el arte, sustentan valores vitales con los cuales los seres humanos de todas las épocas nos reconocemos.

La entidad lingüística —sustituyendo en ella "sílaba" y "cadena hablada" por "forma o color"— sirve para definir en la entidad "pictórica" o artística la asociación de significante y significado. En el trabajo de Picasso o Paul Klee, por ejemplo, ciertas obras parten de lo natural para recomponerse geométricamente y descubrir los trazos esenciales asignándoles una significación plástica. Esto conduce a la esquematización, al configurar una imagen simplificada, precisa y compensada como significante. Este valor esquemático aparece tanto en las obras de las vanguardias como en las formas de representación de la Antigüedad. Es el caso del Quincunx o cruz con el que los mexicas simbolizaban, no el sacrificio del Dios-hombre, sino al hombre-Dios en cuyo corazón se realizaba la unión de los contrarios: agua-fuego, tierra-aire.

Las formas de pensamiento se concretan en las acciones y en las obras, y a partir de éstas el ser humano alcanza su significación y trascendencia. La ciencia, la tecnología, la filosofía o el arte objetivan su concepción del mundo. Ellas lo unen o separan tanto o más que su raíz común.

El arte es un lenguaje, pero no cualquier lenguaje, de acuerdo con Claude Lévi-Strauss, quien menciona en la entrevista del volumen titulado Arte, lenguaje, etnología lo siguiente:

El denominador común de todas las manifestaciones estéticas es el hecho de que, en el arte, el artista nunca es totalmente capaz de dominar los materiales y procedimientos técnicos que emplea […]. Si tuviera esa capacidad obtendría una imitación cuasi absoluta de la Naturaleza; en este caso se llegaría a una producción no del hombre ni del artista, ni siquiera de la cultura, sino de la Naturaleza, y los productos serían objetos de orden lingüístico y no una obra de arte producto de la inspiración humana.

"El arte no es una imitación de los objetos de la realidad, sino un sistema significativo o un conjunto de sistemas significativos", dice Lévi-Strauss citando a Ferdinand de Saussure; o un conjunto de sistemas significativos ubicado siempre a medias entre el lenguaje y el objeto, de acuerdo con Adolfo Sánchez Vázquez.

En todo proceso creativo o de descubrimiento, el uso de los medios, la manera en que se realiza dicho proceso, así como el resultado objetivo que se obtiene, es diferente de la idea que le ha dado origen. La lucha con el manejo de los materiales y las técnicas, así como la necesaria interpretación que implica objetivar una idea, hace que la obra manifieste una cercanía o un distanciamiento con respecto a ese punto de partida.

En su búsqueda de concreción, el arte se constituye como un sistema de signos, pero un sistema de signos que pretende ser arbitrario. Sin embargo, en el fondo no hay tal arbitrariedad. El rojo en los sistemas de señalamiento se utiliza no por ser una mera convención de alto o peligro, sino que dada su condición física de longitud de onda luminosa y su velocidad electromagnética, el impacto visual que produce es inmediato, propicia una reacción instantánea ante una determinada situación de peligro; igualmente, en el plano del color, esto es, en su condición matérica y cromática, impacta emocionalmente por su condición de elevado timbre, lo que lo convierte en una fuente de excitación fisiológica a la cual se ligan algunas de nuestras reacciones emocionales.

En el arte, tanto el músico como el artista visual, y en general en los distintos ámbitos de creación, se utilizan como medios expresivos los signos y los símbolos. Xavier Rubert de Ventós enuncia:

El arte no sólo tiene la necesidad, para las intuiciones que debe producir, de un material exterior y dado (al cual pertenecen también las imágenes y representaciones subjetivas), sino que para la expresión de su contenido espiritual tiene necesidad también de las formas naturales dadas, según el significado de ellas, como el arte de adivinar y poseer.

Las formas pueden sustituir a los códigos; sin embargo, no tienen un valor semántico preciso, estable, de tal manera que propicien resultados similares, aspectos que se puedan considerar con un significado definido. Por ejemplo, se atribuye a elementos como el color cualidades tales como "movimiento". Los tonos cálidos, como el naranja, el amarillo o el rojo, se considera avanzan visualmente hacia el observador; en tanto que los colores fríos como el verde, el azul o el violeta, retroceden. Se plantea que lo sensorial corresponde a lo irregular, lo curvo o biomórfico, mientras lo racional tiende a un aparente "orden". Testimonios de la dicotomía sensorial versus racional se encuentran en las pinturas abstractas en contraposición con las pinturas geométricas del pintor holandés versus Piet Mondrian.

Existen numerosos estudios, anota Ventós, en los que se ha tratado de comprobar, de un modo experimental, los efectos que producen las formas y los elementos en el hombre, permitiendo esclarecer ciertos aspectos sobre la cuestión. Uno de ellos está expresado en la corriente conocida como psicología de la Gestalt.


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