conocimientos fundamentales

| arte | el arte en marcha

Página anterior Página siguiente





4.1.3 Fines relacionados con la sociedad

Desde el plano de lo social se plantea que las artes tienen como propósito contribuir a la construcción de la identidad nacional, servir como una vía de acceso a otras culturas y momentos de la historia, y constituir el vehículo por excelencia de las ideas y visiones del mundo. Estas finalidades coexisten, se intercambian y complementan, pues no son excluyentes. Se verá cada una de ellas teniendo en cuenta esta complementariedad.

Finalidad asociada a la construcción de una identidad nacional

Fue hacia los siglos XVIII y XIX, durante el surgimiento de las naciones modernas europeas, cuando numerosos artistas asumieron como proyecto la creación de obras que contribuyeran a la formación de una identidad nacional. El caso de las polonesas de Chopin es paradigmático en este sentido. Chopin estudió la estructura, armonía y ritmo de la música popular polaca y los reinsertó en el sistema de la música culta europea con el propósito de justipreciar las expresiones populares de su lugar natal, como un medio de fortalecer la identidad polaca.

El caso de Chopin enseña que la realización de un arte nacional implica aceptar que el arte puede tener una finalidad sociopolítica concreta, a la par que una preocupación por la forma. Asimismo, evidencia que generar un arte nacional supone el estudio de las expresiones originarias de una región y su reconocimiento como objetos estéticos. Desde esta perspectiva, lo nacional tiene un referente en los productos locales no mediados por la transculturación, desde donde son reinterpretados para potenciar sus características, especialmente su origen.

No sucedió de otra manera con el arte mexicano cultivado después de la Revolución de 1910: una cantidad importante de artistas participó en la creación de un arte orientado hacia la creación de una identidad, la del mexicano contemporáneo. No por casualidad, el filósofo Samuel Ramos escribe en aquella época su Perfil del hombre y la cultura en México.

El nacionalismo musical, por ejemplo, significó que los músicos participantes de esta corriente retomaran temas y formas populares, las cuales desarrollaron a la luz de las formas musicales de Occidente, pensando además en la orquesta sinfónica. Sones de mariachi, de Blas Galindo, y Huapango, de José Pablo Moncayo, son las obras más representativas de esta estética. En su obra, Galindo recrea los sones La negra, El zopilote y Los cuatro reales; Moncayo, siguiendo un consejo de Candelario Huízar, desarrolló en Huapango el material folclórico que había escuchado en un viaje al puerto de Alvarado, Veracruz. 

Es similar el caso de la Escuela Mexicana de Pintura y el muralismo mexicano, movimientos plásticos que se nutrieron de las formas populares para responder al propósito de ofrecer un discurso identitario.

Acceso a otras culturas y momentos de la historia

También desde una perspectiva social es como se atribuye al arte la finalidad de ofrecer un acceso a otras culturas y momentos de la historia. Desde este punto de vista, el arte es un rico testimonio del pasado. Del arte rupestre al más actual, se acepta que el arte predica su contexto de manera tan viva que se erige en testimonio por excelencia. Cuando el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann descubre el tesoro de Príamo en los vestigios de Troya, siente haberse transportado a la Edad de Bronce, justamente en el momento en que los aqueos toman Ilión. En su diario escribió:

Alguien de la familia de Príamo guardó precipitadamente el tesoro en el cofre [que encontré] y lo transportó sin tener tiempo de retirar la llave, pero en la muralla le sorprendió el enemigo o el fuego y tuvo que abandonar el cofre que quedó inmediatamente cubierto por una capa de cenizas rojas y de piedras que caían del vecino palacio y que alcanzaron un espesor de unos dos metros (Schliemann, 1890).

Los numerosos objetos que localizó en Troya II se manifestaron a Schliemann como una fuente insustituible para conocer la corte del rey Príamo. Aunque estudios posteriores revelarían que los personajes históricos debieron vivir en un estrato anterior de Troya, en su momento el arqueólogo estaba seguro de quiénes habían sido los desdichados poseedores de aquel tesoro: Homero se lo había revelado en los versos de La Ilíada.

Como Schliemann, una de las experiencias que tienen las personas en contacto con las obras artísticas del pasado, es que por medio de ellas se entabla un puente para dialogar con aquellas personas en cuyo medio nacieron las piezas que contemplamos. Es, ciertamente, un puente elaborado con la imaginación, pero no una imaginación ingenua o desbordada: es aquella que, atemperada por los objetos que se dan a los sentidos, recrea un momento de la historia humana con la intensidad de las vivencias reales.

Así ocurre a los visitantes del museo de barcos vikingos de Oslo, Noruega. Cuando pasan de los enormes salones donde se exhiben los navíos a las galerías donde se muestran las joyas de aquel pueblo, suman a su idea de nación guerrera la de mujeres y hombres fascinados por la forma. La estructura de los navíos sorprende a los visitantes por su sabia adecuación al mar y a la cambiante dirección de los vientos, mientras que el trabajo aplicado en las joyas maravilla por su carácter abstracto y su ensimismamiento en la forma. La observación de estas dos líneas deja en el visitante la impresión de haberse conectado con los distantes vikingos mediante sus objetos.

También el público que recorre las salas del Museo Nacional de Antropología e Historia de la ciudad de México construye sus puentes hacia el pasado prehispánico ante las piezas de arte que ofrece el recinto. Con sobrada razón, el erudito mexicano Eli de Gortari sostenía que más que un museo de historia, es un museo de arte. Así, ante un relieve mexica o una fachada maya, frente a un jade olmeca o un mural teotihuacano, el visitante proyecta su puente al encuentro de aquellas civilizaciones.

El caso de las culturas prehispánicas de México y el resto de América demuestra cómo, sin la presencia de sus objetos artísticos, sería laboriosa y quizá errática la reconstrucción de aquellos pueblos. Pero su viva impronta en los objetos nos reencuentra con ellos. Esto es más que una manera de decirlo: en los años noventa, cuando la pintora Marcela Guerra participaba en trabajos de conservación de la colección de piezas prehispánicas que forman el acervo del Museo Regional de Historia de Tamaulipas, al deslizar sus dedos por un fragmento de vasija sintió una sutil aspereza. Movida por la curiosidad observó el fragmento y encontró que aquella aspereza —que habría sido imperceptible para otros— se debía a que en la superficie interior del fragmento se encontraba la huella de un dedo, algo barrida por un movimiento realizado cientos de años atrás. El puente, el encuentro, el contacto fueron plenos para ella.

Ser vehículo de ideas y visiones del mundo

Otra finalidad que se atribuye al arte es la de ser vehículo de ideas y visiones del mundo. Desde este punto de vista, la elocuencia y seducción de los lenguajes artísticos son recursos idóneos para comunicar mensajes concretos. Por ejemplo, la monumentalidad de las esculturas del templo de Ramsés II en Abu Simbel, al sur de Egipto, remiten a un tipo de poder omnímodo, de la misma manera que el edificio de la Bolsa de Valores de Nueva York, en la esquina de Wall Street y Broad Street, refuerza la presencia del poderío económico que reside en él.

En un segundo plano —dentro del cual se enmarcan las ideas de poder absoluto y financiero que se han citado—, el monumento faraónico y la fortaleza neoyorkina trazan el contorno de sus respectivas sociedades. Los colosos esculpidos en piedra dan cuenta de un sistema rígido que dimana de la voluntad de Ramsés II, investido del poder cósmico; en tanto que la construcción diseñada por Georges B. Post habla de un espacio cerrado, infranqueable y sólido. Es decir, las formas en que se resuelven ambas edificaciones comunican ideas y visiones del mundo en las sensaciones que producen.

Ampliando lo anterior: los movimientos que se ven en algunas de las coreografías de Danièle Desnoyers comunican la idea de que el hombre contemporáneo deambula sin sentido y tal mensaje conecta con el perfil de la sociedad contemporánea. Así resulta que las obras de esta artista son un posicionamiento crítico frente al mundo contemporáneo. En contraste, la coreografía de Giselle —obra de Jules Perrot y Jean Coralli— ofrece un mundo mítico donde se deposita y despliega el ideal humano del amor.

Cuando se atribuye al arte la finalidad de comunicar ideas y visiones del mundo, se reconoce que porta significados, los cuales proyecta a la inteligencia y emoción de los espectadores desde la forma. Esta concepción sustrae al arte de los prejuicios relacionados con su supuesta vacuidad e intrascendencia y de hecho lo coloca en la génesis y desarrollo de las revoluciones de la humanidad. Del teocentrismo al homocentrismo, del mundo de la caballería al escenario burgués, del régimen aristocrático al surgimiento del Estado democrático, los artistas han participado con sus obras, promoviendo ideas y visiones del mundo.

Pero no se piense que el creador es siempre progresista. La historia del arte muestra que algunos artistas han promovido con igual seducción ideas retrógradas, ya sea por estar al servicio del poder o por encontrarse convencidos de sus bondades. El caso de Jacques-Louis David es el de un pintor ambivalente frente a la República y el Imperio. Su pincel, de innegable maestría, ofrece lo mismo un lienzo apologético del revolucionario Jean-Paul Marat (La muerte de Marat) que uno de Napoleón (Napoleón cruzando los Alpes).


Inicio de página