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TEMA 3. EL ARTE Y EL PÚBLICO. LOS SUJETOS DEL ARTE

La rotonda de los toros
Visitantes de la Alte Pinakothek observan pinturas, Múnich, Alemania, 2008.
Fotografía de Mattes / CC BY-SA 3.0
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3.1 EL ARTE COMO EXPERIENCIA INDIVIDUAL


En este apartado es importante la reflexión sobre cómo abordar un tema que se refiere al arte como experiencia individual, sin correr el riesgo de dar una perspectiva únicamente personal, para lo cual es importante tomar en cuenta el enfoque metodológico. En este caso se habla de una interpretación a partir de la hermenéutica, en un enfoque en el que converja la amplia diversidad de lo estético, así como de las constantes definidas a lo largo del tiempo, desde el plano de lo individual inscrito en lo social; lo cual implica establecer una aproximación a la experiencia artística desde el plano institucional, social y personal para destacar el matiz vivencial en el arte.

Es necesario no perder de vista los diferentes factores que intervienen en la construcción del arte como experiencia individual. En primer lugar es preciso señalar que esta experiencia es de carácter sociocultural, vivencial y formativo; cambia a lo largo de la vida de acuerdo con el contexto personal y social del mismo individuo. De igual modo, es primordial denotar que, a partir de lo individual, se conforma la condición del ser social; como seres humanos nos debemos a la sociedad, a la totalidad de la realidad concreta, al todo que incluye la naturaleza, los modos de producción, los sistemas sociales, los estados y países, las etnias, la cultura, las tradiciones y costumbres, los sentimientos de pertenencia, en fin, una diversidad de factores que se deben tener en cuenta para constituir al ser humano.

He ahí la importancia de los diferentes factores que intervienen en esta experiencia, pues permiten tener una visión general del papel de la individualidad en el arte. Algunos factores trascendentes en el marco de la cultura global, tanto en lo internacional como en lo nacional, son el contexto sociocultural, la formación educativa, los desempeños individuales en lo sociocultural y en lo familiar, así como los ámbitos artísticos y sus respectivos espacios.

El propósito de esta reflexión es ampliar y valorar las experiencias de la vida con respecto al arte y sus lenguajes. No se trata solamente de tener, sino de producir un conocimiento que modifique el plano del yo y el cómo del concepto de lo artístico para que dé lugar a mejorar los niveles de desempeño en la vida. Por ello es necesario hacerse el planteamiento o la pregunta: ¿cómo es mi experiencia individual en el arte? Caben muchas respuestas y todas, sin duda alguna, son valiosas, por lo que es importante encontrar y darle cabida a cada una de ellas en el plano de lo individual, en el entendido de que, como seres humanos, cada uno de nosotros tiene un criterio particular que ha ido normando a lo largo de la vida. Todo esto con el fin de reafirmar aquellas experiencias en las acciones de la vida misma que nos remiten al desarrollo de conceptos, modelos o paradigmas, métodos y técnicas, valores y formas de expresión y que permiten comprender cómo, desde la perspectiva de lo empírico, se vive la experiencia del arte.

En el siglo XXI se afrontan procesos como la globalización económica, la revolución tecnológica, la mundialización del arte y la cultura, lo que obliga a realizar una revisión de las concepciones, teorías, estilos y tendencias que durante años se han considerado como válidas para la comprensión del arte. En la actualidad, estos conceptos han cambiado, ya que no se trata de enunciar sólo teorías para entender las "técnicas de aplicación de un color determinado", sino de tener en cuenta la diversidad de factores que intervienen en esa interrelación individuo-arte-cultura-sociedad.

Uno de los factores significativos en la experiencia individual del arte es la cultura, ya que es el referente de la pertenencia individual a todo aquello que el hombre ha construido durante todos los tiempos, y se refiere a las creaciones humanas que se manifiestan en las obras de arte; las comidas, las vestimentas, las construcciones de todo tipo, en fin, un sinnúmero de acciones que tipifican al individuo —mujer y hombre, en relación con su contexto sociocultural— y que les dan rasgos distintivos con respecto a su grupo social. Es a través de este contexto que el ser humano puede expresarse y tomar conciencia de sí, para sí y consigo mismo. En la Declaración de México sobre políticas culturales de la Unesco (1982) se menciona lo siguiente:

[…] la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones y crea obras que lo trascienden.

Desde este punto de vista, la cultura proporciona al individuo las herramientas no sólo para la expresión, sino para adquirir conciencia de su capacidad de análisis y reflexión en el sentido de que es un ser inacabado en constante transformación, y que el arte es un medio para potenciar las capacidades de la autogestión, la de cultivarse y transformarse en un proceso de introyección-extroyección; es decir, de asimilar y desechar lo que en la cotidianidad se vive en todos los planos de la condición humana. Connotarlo es simple, pero llevarlo a cabo es complejo, ya que un rasgo a tomar en cuenta es la actitud y la estima que se tiene de sí mismo.

Ante todo esto es importante no perder de vista las fases del desarrollo humano desde la perspectiva de lo cognitivo, en la que se reafirman aspectos notacionales y formales, no sólo en cuanto a los distintos campos del conocimiento y sus disciplinas, sino al arte mismo y la cultura, los cuales implican fases de desarrollo humano, habilidades y conocimientos, producción y generación de conceptos, habilidades verbales y lógicas de simbolización. El desarrollo holístico se refiere a los procesos de reafirmación de la subjetividad y el raciocinio en relación con lo sensorial, lo perceptual; lo conceptual se refiere al desarrollo integral del individuo en los planos lógico y espacial. Estos dos planos constituyen la manera en que construimos pensamientos desde los hemisferios cerebrales.

Desde el punto de vista del desarrollo integral es importante potenciar la interacción de ambos hemisferios, lo cual es un proceso complejo que en la práctica, ante un determinado problema, se hace evidente de una manera intuitiva. En el arte como experiencia individual, los dos hemisferios interactúan de manera simultánea, tanto en la producción de las formas artísticas como en su interpretación y contemplación.

El arte como experiencia individual no sólo obedece al plano subjetivo, sino también al social, al contexto y a la cultura, mediante situaciones reales que se dan en la vida. El propio individuo se convierte en sujeto que aprende en la apropiación, en este caso, del objeto y la vivencia con la obra artística, los cuales se encuentran insertos en el contexto de sus propias experiencias. Es un proceso multidimensional entre lo subjetivo y los elementos que conforman los lenguajes artísticos, como el espacio, el tiempo, el movimiento, el ritmo y el intervalo, entre otros tantos elementos que son producto, esencialmente, de la dimensión y la inventiva del ser humano en relación con su concepción del mundo. Según sea su entorno inmediato, próximo, lejano o más allá de su tiempo o espacio, pero también en relación con su biomecánica, se determinan las formas de organización no sólo del lenguaje artístico, sino de la totalidad en sus acciones. Estas experiencias se concretan en los objetos o las vivencias artísticas, situadas en las prácticas de lo humano y, no necesariamente, en los modelos establecidos para los fines artísticos.

Howard Gardner (1943), en el libro La teoría de las inteligencias múltiples, reafirma este concepto del desarrollo integral a partir de la interacción de los planos lógico y holístico, pues reconoce diferentes facetas del desarrollo cognitivo. Esta teoría se sustenta en el hecho de que los seres humanos desarrollan capacidades específicas que permiten resolver problemas determinados y elaborar productos o resultados. Cuestiona la prioridad que se le ha dado al pensamiento lógico-racional y que influye en el desarrollo humano, bloqueando o negando el plano subjetivo operante en las sensaciones, emociones y pensamientos.

Tanto la práctica como la experiencia individual en el arte están en relación directa con el plano holístico, por lo que es importante no perder de vista las inteligencias múltiples. En la danza, el cuerpo se vuelve pensamiento. Con base en la disciplina del desarrollo corporal se adquieren las destrezas y habilidades para expresarse de manera vivencial y artística; es el caso del break dance, que en la práctica misma da los elementos para su conceptualización y, por lo tanto, para su sistematización extendida en el tiempo y en el espacio. No es sólo una moda, sino una forma de expresión cultural que trasciende de lo marginal a la moda y a lo artístico.

Con base en sus investigaciones, Gardner propuso en su momento siete inteligencias básicas:

  1. Inteligencia lingüística: altamente desarrollada por los poetas por su capacidad de manipular el lenguaje.
  2. Inteligencia lógico-matemática: es la aptitud lógica y matemática, además de la científica.
  3. Inteligencia espacial: es la idoneidad para formarse un modelo mental de un mundo espacial y operar utilizando ese modelo. Algunas personas, como los escultores, pintores, ingenieros, marinos y cirujanos, tienen una inteligencia espacial altamente desarrollada.
  4. Inteligencia musical: el talento para utilizar, interpretar y desarrollar productos a partir de recursos musicales.
  5. Inteligencia corporal y cinética: es la disposición para resolver y elaborar productos empleando el cuerpo o partes del mismo. Esta inteligencia se desarrolla sobre todo en los bailarines, artesanos y cirujanos.
  6. Inteligencia interpersonal: la capacidad para entender a otras personas, lo que las motiva, cómo trabajan, cómo lo hacen en forma cooperativa. Los buenos vendedores, los políticos, los profesores y maestros, los médicos de cabecera y los líderes religiosos son personas con un mayor desarrollo de este tipo de inteligencia.
  7. Inteligencia intrapersonal: es una competencia correlativa orientada hacia adentro; es la capacidad de formarse un modelo ajustado, verídico, de uno mismo y de ser capaz de usar este modelo para desenvolverse eficazmente en la vida.

En la práctica, el individuo crea significados. Las siete inteligencias mencionadas dan un referente de lo que el individuo alcanza potencialmente dependiendo no sólo de su carácter personal, sino de su contexto sociocultural. En este sentido, sus experiencias son significativas para una construcción activa, selectiva y en acumulación, tanto por su actividad individual como social. Por consiguiente, al pasar a su contexto se hacen evidentes en lo vivencial y en sus formas de expresión, entre las que las artísticas están latentes.

A lo largo de su vida, el desarrollo de estas cualidades es importante tanto para la expresión artística como para el desempeño de los individuos. El vínculo de lo artístico con la condición humana es que el arte surge una vez que los grupos humanos se establecen socialmente y mantienen relaciones de producción, lo cual posibilita la división del trabajo.

En esta coyuntura surge el especialista y la invención del arte. Esencialmente aparece con dos connotaciones: una referente a los descubrimientos culturales de carácter material o tecnológico —como el descubrimiento de la pólvora—; la otra tiene una vertiente espiritual o ideológica que trasciende en el tiempo y el espacio —como las manifestaciones artísticas de la cultura griega—. En el siglo XIX se formula la idea del arte como algo universal y eterno, pero en la actualidad hay formas de expresión artística que no responden a los modelos establecidos desde las culturas europeas.

Lo que sí es universal es la dimensión estética. En su Teoría del arte, José Jiménez menciona que "en todas las culturas humanas se da un conjunto de prácticas y manifestaciones de representación, utilizando los diversos soportes sensibles: el lenguaje, los sonidos o las formas visuales". En las culturas del mundo, aun en la época actual, las manifestaciones estéticas no están sólo ligadas al concepto de lo artístico, sino a su funcionalidad. Adquieren cuerpo y forma en las tradiciones y costumbres que exaltan una concepción del mundo divergente de lo que se caracteriza como arte, pero en el fondo de las representaciones subsisten formas con rasgos artísticos en los cuales los individuos ponen en juego sus destrezas y habilidades en la conformación de las formas de representación, ya sea musical, dramática o visual. En ellas están impresas las huellas de la ejecución y de la emoción espiritual que las dimensionan al rango estético y, por lo tanto, a lo artístico.

Una de las formas por las que el individuo entra en diálogo con lo artístico es la parte espiritual. En el marco de sus tradiciones y costumbres, el individuo pone en juego los modos de ser que trascienden lo vital y se ubican en el ser espiritual, en tanto una manera de ser propia del hombre, del ser histórico que aparece como el objeto y el sujeto de la conciencia de sí.

 Como es posible apreciar, el arte como experiencia individual no se reduce sólo al especialista ni conlleva únicamente el desarrollo cognitivo; está además lo espiritual que trasciende lo objetual, el hacer y la misma teoría. En el ámbito de lo local, estas experiencias se enriquecen para bien o para mal en las proyecciones de la globalización, que propicia la homogeneización o fragmentación cultural.

Al arte se le relaciona —al margen de lo individual o popular— con el ámbito de las experiencias que proporcionan las instituciones públicas: galerías de arte, museos, salas de conciertos, teatros o espacios alternativos; y quien no asiste a este tipo de espacios socialmente está marginado de la experiencia artística. Sin embargo, mujeres y hombres tienen y viven un contacto directo con los procesos estéticos, artísticos y creativos por medio de sus relaciones con la cultura popular.

En su concepción, el arte fue un producto destinado a las minorías. El alcance que tenía con el pueblo era fundamentalmente por medio del Estado y de la Iglesia. Es el caso de las ciudades-estado italianas como Florencia, que fueron centros de desarrollo del arte y de la cultura, lo que permitió a la población en general, a partir de los espacios urbanos, gozar y vivir el arte en las obras arquitectónicas, la escultura, la pintura, la música, la poesía, gracias al enriquecimiento de esa ciudad y de sus gobernantes; por ejemplo, los Médici, que por ser banqueros y gobernadores pudieron financiar y difundir en esa ciudad la cultura humanista.

En América Latina, la cultura y el arte obedecen a contextos en los que prevalece un fuerte mestizaje, mezcla de las culturas indígenas y de las europeas, sobre todo las del sur de Europa (España, Portugal e Italia), culturas más cálidas y barrocas, a diferencia de las culturas sajonas del norte de Europa, que son frías y pragmáticas.

En la arquitectura, la poesía, la escultura, la pintura, se fortalece el concepto de bellas artes; la Iglesia junto con el Estado y los estamentos determinan los contenidos del arte. Éstos podían ser profundamente religiosos, tanto si interpretaban viejos temas como si exploraban nuevos, como la vida de los santos. De parte de la sociedad civil también había encargos para la decoración de palacios y villas; el barroco se caracteriza por una sobreposición de formas, efectos de luz y movimiento, e impacta emocionalmente por su carácter místico sustentado en la fe religiosa.

La conquista en América dio lugar a la confrontación de las culturas indígenas que se regían con sistemas teocráticos bajo una concepción cosmogónica. En las culturas del altiplano mexicano prevalecía un sentido barroco, tanto en sus formas escultóricas y arquitectónicas como en sus tradiciones y costumbres, lo que permite una amalgama sociocultural que, en la época contemporánea, se refleja en los estilos de vida de la sociedad mexicana. Esto quiere decir que individualmente nos reflejamos en ese contexto y lo reproducimos en nuestras formas de representación; por ejemplo, en las comidas, como el mole poblano, mezcla de una diversidad de esencias, olores y sabores.

Estas formas abarrocadas en las que nos reconocemos, tanto en lo místico occidental como en lo cosmogónico de las culturas prehispánicas, dan lugar, en los modos de expresión, a un estilo muy propio que se identifica con estas dos concepciones. De lo anterior es que de piezas escultóricas como la Coatlicue —cuyo carácter monumental no se aprecia desde el punto de vista artístico, sino desde su carácter tectónico— emana una fuerza intermitente de adentro hacia afuera que impacta hacia lo profundo, a lo inconsciente. Este resultado es mucho más consistente y perdurable que el de una obra de efectos mediáticos, como la música de carácter comercial. En esta obra escultórica se percibe la fuerza de quien o quienes la esculpieron.

El arte, a más de informar o narrar, emociona todos los planos corporales de las personas. En las formas de expresión artística lo que impacta al individuo no es solamente su condición formal, sino su carácter subjetivo. De ahí que todas las formas de expresión artística sean esencialmente emocionales, lo mismo la Quinta sinfonía de Ludwig van Beethoven, que la música popular, como la cumbia colombiana.

En el caso del arte mexicano se aprecia un fuerte sentido barroco y cosmogónico en expresiones como la pintura, al igual que en los artistas de principios del siglo XX o del muralismo, los de la Escuela Mexicana de Pintura o de algunos artistas contemporáneos, como Francisco Toledo, cuyas obras poseen estos rasgos. Tanto en el arte como en la cultura prevalece en los mundos objetivo, subjetivo y social una inclinación cosmogónico-barroca que se expresa en la mayoría de los ámbitos de lo mexicano. No se vive el arte como experiencia individual al margen de la realidad social, que tiene profundas raíces prehispánicas y españolas. Ambas culturas poseen un carácter mestizo. No se es absolutamente racional y pragmático ni, por lo contrario, emocional y subjetivo. Nuestras acciones tienen un carácter ecléctico en lo social y lo individual, de ahí que no se apueste por las cosas simples, sino por las complejas en su estructura, en su forma y en su connotación.

Desde el punto de vista académico, el arte como experiencia individual tiene dos grandes líneas: una que corresponde a la formación artística, y la otra a la de su apreciación. Los propósitos de la primera son afinar, desarrollar y ejercitar la práctica del arte, sensibilizando paulatinamente la individualidad por efecto de ese contacto continuo con lo artístico, que humaniza. Los propósitos de la segunda —en la perspectiva tradicional— son la asimilación y la acumulación, en el sentido del experto, educado académicamente para ser capaz de apreciar la obra artística, así como de analizar con sentido crítico una obra de arte —actividad compleja y difícil, pues el arte es, esencialmente, una fuente de metáforas.

El arte no se explica, sino que se vive en la propia acción del apreciar y el hacer. Vivir el arte no se reduce a la capacidad de categorizar las expresiones artísticas; no es preciso preocuparse en principio por conocer la historia del arte; es fundamental atender a las sensaciones pues ellas son el referente —como ha sido a lo largo de la historia de la humanidad—; de ellas han surgido las obras de arte. Al conocer e interpretar el arte, se está ayudando a construir el propio universo de experiencias, enriqueciendo así nuestra concepción del mundo.

La familia —los padres en especial— es el referente para ordenar y clasificar las experiencias que despiertan el mundo imaginario. Los juguetes, los cantos, la música, el mundo de los animales, los cuentos, la religión y, desde luego, la escuela, constituyen fuentes de inspiración para la creación de fantasías pobladas de seres imaginarios, entre superhéroes, seres perversos, dioses y demonios. Sin embargo, son también los medios de comunicación los que influyen en la conformación de la fantasía al explicar, por ejemplo, el misterio de la sonrisa de La Gioconda, de Leonardo da Vinci, describiendo algo que después será probablemente objetivado.

Los medios de comunicación promueven la imagen ideal de la persona culta, orientando al espectador en lo que debe conocer, leer o adoptar como costumbre o moda si desea lograr cierta aceptación. Como parte de esto, algunas publicaciones semanales con sus suplementos culturales participan en la alienación, promoviendo el seguimiento de determinados patrones que marcan así las tendencias del arte y la cultura de sus lectores.

Nuestro mundo ha cambiado. No se tienen ya los espacios temporales para la evocación ni para los modelos clásicos, de los cuales se desconfía. No obstante, no es posible dejar al margen la herencia cultural, es necesario reconocernos en las formas de expresión artística de todos los tiempos.

El arte como experiencia personal, desde el punto de vista de la cultura dominante, se ha orientado hacia los grupos privilegiados que demandan y consumen sus productos, y cuentan con la solvencia y el tiempo para formarse y educarse. Parecería que es una cuestión de inteligencia lo que da pie a que las mayorías sean excluidas de los alcances de la cultura y del arte. Este supuesto establece que hay muchas cosas que no se saben y que se deben aprender. Existe la idea de que, sin los referentes estilísticos y desconociendo las tendencias, no existen las condiciones de compenetración para vivir la experiencia del arte. Esto no es así. El arte y las humanidades adquieren su razón de ser en las tradiciones y costumbres, en los fundamentos del hombre y en la cultura en general. No tomar esto en cuenta equivale a ignorar su trascendencia en lo artístico, lo cultural, lo social y lo individual, lo cual provocaría la pérdida no sólo de las tradiciones y los sentimientos de pertenencia, sino del ser mismo, del ser humano, de su perspectiva ontológica. El arte, en este sentido, refuerza, en lo individual y en lo social, el carácter identitario y otorga conciencia sobre el ser social y creativo.


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