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2.3 EL ARTE AFINA LOS SENTIDOS

Auditorio de Posgrado de la Facultad de Economía

Detalles y vista de las puertas del auditorio de Posgrado de la Facultad de Economía, UNAM, de Francisco Toledo (México), 2010 | © Juan Antonio López, cortesía de Gaceta UNAM

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Habiendo discurrido por diversos panoramas del arte y algunas de sus problemáticas más acuciantes, y dado que nuestro interés busca atender como parte de la práctica artística lo formativo del arte, no es posible dejar a un lado de la reflexión el que las artes tienen un papel estimulador en el refinamiento de nuestro sistema sensorial.

Por ello, es conveniente puntualizar sobre la confusión que existe en cuanto a lo que el arte comporta hacia el ser humano. Para algunas personas es un pasatiempo, un ocuparse a fin de evitar el aburrimiento. Para otros, representa una suerte de terapia para descansar e incluso relajarse. Hay quienes lo ven como una actividad que dota de superioridad a quien la realiza. Por el contrario, para un numeroso grupo de personas, el arte se examina bajo un criterio de utilitarismo llano, teniendo como resultado una concepción demeritada del mismo.  No se establecen sus alcances ni profundidad en el ámbito de lo humano.

Sin embargo, a pesar de la confusión, tomar el arte como pasatiempo o como terapia, o el sentirse particularmente valorado sólo por el hecho de practicarlo, subraya la necesidad que existe entre los seres humanos de la proximidad con el arte. En este sentido, de acuerdo con las investigaciones, se afirma que, con independencia de la vocación personal de los individuos —se orienten éstos hacia las ciencias o las artes—, tendrá especial repercusión incluir en su educación la formación artística —dirigida y sistematizada, de ser posible—, pues con ello se potenciarán sus capacidades humanas a plenitud.

Las consideraciones difusas sobre al arte se presentan no sólo en nuestro país, sino igualmente en países desarrollados, señalando con ello lo generalizado de la confusión. Debido a esa superficial ponderación, la formación artística ha ocupado una posición marginal en la educación mexicana. Fomentar el desarrollo del intelecto, dando particular preeminencia a las ciencias duras, en tanto que recurso fundamental para ese desarrollo, ha catalizado la actividad educativa en la atención de los procesos de lectura, escritura y cálculo. Las artes, por ello, han tenido una posición secundaria en la educación. A pesar de lo aportado por las investigaciones al respecto de las artes en la formación humana, éstas se han considerado convenientes en el rendimiento escolar, pero no necesarias.

No obstante lo anterior, hoy se sabe que la formación artística contribuye al desarrollo no sólo de las capacidades de índole manual, sino las que atañen a la mente y sus procesamientos, de acuerdo con lo aportado por especialistas acreditados internacionalmente en disciplinas como las neurociencias, la psicología, la filosofía o la educación.

Los seres humanos experimentamos el entorno a lo largo de la vida en un proceso continuo. Un proceso vital conformado por nuestra cultura y mesurado por las características de lo que llamamos individualidad. Estos factores, la cultura y la individualidad —factores mediadores que filtran nuestras experiencias—, no excluyen el que nuestro contacto inicial con el mundo físico dependa del sistema sensorial, extensión del sistema nervioso y resultado de la evolución biológica.

Las artes se conforman a partir del ámbito de lo sensible, tanto desde la percepción del mundo como desde su concreción en la obra —cualquiera que sea su soporte o incluso si no se ocupan de producir un objeto determinado, sino de enfatizar una idea a través de un proceso—, pues requieren para ello de los instrumentos que le proporciona el sistema sensorial. Para entender la afinación del sistema sensorial, generada por la práctica de las artes, es necesario comprender el funcionamiento de los sentidos. Para ello se establece la siguiente aproximación, a fin de conocer los resultados de las investigaciones en áreas como la fisiología, las neurociencias y la psicología. No obstante, este acercamiento no se detallará en la complejidad de sus campos específicos, sino sólo en la singularidad sucinta de lo que apoya el entendimiento de los procesos puestos en marcha con la práctica artística.



El principal enemigo de la creatividad es el buen gusto.
Pablo Picasso

Para comenzar nos referiremos al gusto, pero no el que atañe al arte y sus manifestaciones como el enarbolado por la Academia del Arte Francés en la época de Luis XIV o el comentado por Picasso en la afirmación antes referida, sino al sentido que nos permite diferenciar o disfrutar los sabores cuando colocamos diversas sustancias en contacto con los receptores contenidos en la cavidad bucal. Éstos se encuentran diseminados en el paladar, las mejillas, la garganta, pero sobre todo en la lengua. Aparecen como pequeñas protuberancias conocidas como papilas gustativas.

Por ejemplo, en el periodo renacentista cuando el padre de Da Vinci lo llevó al taller de Verrocchio, el entonces novel artista ingresa como aprendiz y lo hace en la "cocina de la pintura"; así se le llamaba al lugar del taller donde se preparaban los pigmentos y las sustancias adherentes con que éstos se aplicaban sobre los distintos soportes empleados.

Parte primordial del aprendizaje era conocer esa base material con que luego se elaboraban las pinturas. Para ello era preciso aguzar el gusto y también el olfato, pues en ocasiones era conveniente, para identificar alguna sustancia, probarla e inmediatamente escupir, olerla y luego respirar un poco de aire fresco —probablemente como resultado inmediato de esto, se estimulaba el estornudar o el toser—, pues no se trataba propiamente de alimentos, sino de componentes naturales de la pintura, indispensables para hacer un color más intenso o con mayor permanencia o de más rápido secado, pero que eran originalmente materias nocivas para la salud del hombre.

Los receptores gustativos como los del sentido del olfato tienen la peculiaridad de que son remplazados con mayor frecuencia que los de otros órganos sensoriales, probablemente debido al estrecho contacto que mantienen con los estímulos detonadores de su actividad. No se puede hablar todavía de una definida especialización en las células receptoras del gusto, pues se sabe que existen papilas capaces de detectar hasta cuatro sabores distintos: amargo, ácido, salado y dulce.

Lo descrito sobre la "cocina de la pintura" afortunadamente ha cambiado, ya que la industria actualmente proporciona una extensa gama de colores con propiedades diversas de timbre, brillantez o permanencia; asimismo, hoy los seres humanos tienen un mayor conocimiento del funcionamiento corporal, de la acción de las sustancias no comestibles y su repercusión sobre el organismo, además de un aprecio por conservarse saludables.

Los receptores del gusto como los olfativos, asimismo, responden a estímulos químicos. En el caso del gusto, para que una sustancia pueda estimular estas células debe ser soluble en el agua y la saliva. Cuando no lo es, se percibe insípida. Así la lengua, que posee una mayor cantidad de papilas gustativas, se considera el órgano propio del gusto. Empero, es importante tener presente que también se relaciona con otras funciones como las digestivas y las del habla.

Lo sustantivo en este asunto es el hecho de que en la interacción detonada por la práctica artística, tanto el sentido del gusto como el del olfato se desarrollan paralelamente al de otros sentidos, para nosotros más ostensibles, como el de la visión en el ejemplo aludido a la pintura al que se hizo referencia. Esto es, el sistema sensorial en su integralidad equilibra su desarrollo gracias a la práctica artística.

El propio Da Vinci, cuando se encontraba en la corte de Ludovico Sforza en Milán, tuvo a bien comentar con ánimo desesperanzado a Pietro Alemanni —embajador florentino en  Milán—, el que su invención, sugerida para la mesa de El Moro, no pudiese prosperar. Da Vinci deseaba evitar en las comidas de tan ilustres personajes, la desagradable costumbre de emplear pequeños conejos atados con cintas a las sillas de los comensales para limpiarse las manos a lo largo de la comida, así como el que cada invitado limpiara su cuchillo directamente en el hermoso mantel dispuesto sobre la mesa. Al final de cada comida se observaba un espectáculo que más parecía un sitio de rapiña animal que una encumbrada mesa. Sus esfuerzos no fueron en vano puesto que hoy en nuestras mesas, el disponer de una servilleta individual representa un factor indispensable para degustar con placer, comodidad e higiene las viandas que se sirven en ella.

Esta costumbre se aprecia en la miniatura de Pol de Limbourg, correspondiente al mes de enero, dedicada al duque de Berry. Pintada a principios del siglo XV, se considera una obra maestra del gótico francés. En ella el duque aparece presidiendo el banquete de Año Nuevo, recibiendo los homenajes de sus súbditos. Sobre la mesa se distinguen los pequeños mamíferos que fungirían como servilletas vivientes de aquel convite.

El gusto y el olfato se encuentran muy vinculados, pues el sabor es una combinación entre el olor y el sabor mismo. En el sentido del olfato los estímulos que potencialmente pueden activar su funcionamiento, se caracterizan por ser sustancias químicas volátiles o fácilmente vaporizables —aunque no es un parámetro indispensable—, por lo cual las materias sólidas o líquidas han de pasar a un estado gaseoso. Así como las papilas gustativas, los receptores olfativos se ponen en marcha con sustancias excitadoras solubles en agua y en lípidos. Debido a ese contacto directo con los estímulos, las células olfatorias se recambian con periodicidad frecuente.

Los olores viajan a través del aire y penetran tanto por la cavidad nasal, a través de las narinas, como por la garganta, al respirar por la boca y al masticar o beber. En la parte superior de la cavidad nasal se distribuyen los receptores olfativos que, dotados de una capa acuoso-grasa, son permeados por las sustancias excitadoras que disparan el envío de señales al encéfalo percibiendo, entonces, los olores.

Una experiencia sensorial propuesta por Dana Salisbury, coreógrafa y artista plástica de Nueva York, nos da cuenta de la interacción potenciadora de las artes en el afinamiento del sistema sensorial. Ella promueve una degustación de alimentos en la que prescinde completamente de la visión y, por medio de la estimulación a base de olores, sabores, texturas y sonidos, busca crear en los comensales una experiencia gastronómico-artística. Después de vendarles los ojos para abstraerlos del entorno visual, y apoyándose en una estimulación sensorial concienzuda, los dirige hacia la percepción basada en una serie de aromas y sabores, mientras palpan texturas diversas escuchando música —tanto la producida por instrumentos como la emitida por la voz humana—. A mayor tiempo de exposición corresponde una mayor sensibilización de los sentidos participantes, incluida la vista, que por evocación asistida crea también imágenes mentales de lo que en realidad no puede ver.

Aunque resulta ostensible que los seres humanos reaccionamos a los olores, con rechazo, alejándonos mecánicamente de la fuente productora de un fétido aroma, o, por el contrario, con deleite, permanencia y cercanía hacia un delicado perfume, no está identificada en forma definida la reacción que los seres humanos presentamos frente a determinados olores. Se conoce, por ejemplo, que las feromonas son una suerte de señalador bioquímico. Funcionan entre los miembros pertenecientes a una misma especie, en la comunicación de los ciclos menstruales y posibilitan una relación sexual. Dichos efectos pueden no ser tan directos en el ser humano como sí muestran serlo en otros mamíferos.

En lo que respecta a las sonoridades, es evidente que existen reacciones directas de los individuos al ámbito sonoro. Sin detallar los efectos ante los elevados ruidos —entre los que se cuentan estados diversos de angustia o sordera—, en lo referido a la creación musical, sus  autores-compositores y diletantes se constituyen en muestras relevantes de la importancia que posee lo acústico para nuestra especie. Las salas de concierto, los foros dedicados al ballet o los teatros y auditorios, son concreciones de esto.

La región externa, constituida por el pabellón auricular. Sus curvaturas y valles ayudan a incrementar el sonido y, a la vez, a detectar la posición de la fuente emisora. El conducto auditivo externo se abre desde el pabellón y se interna hasta la membrana cónica llamada tímpano. Funciona como caja de resonancia amplificando el sonido incrementado desde el pabellón.

La región media, que es la región ubicada después del tímpano. En ella se hallan huesecillos diminutos (al parecer los más pequeños del cuerpo humano: yunque, martillo, lenticular y estribo). La fuerza de las ondas sonoras transmitidas por el aire —los sólidos o los líquidos— hacen vibrar la membrana del tímpano y los huesecillos realizan entonces una especie de palanca hacia otra membrana vibrátil más pequeña e interior, misma que cubre la ventana oval de la cóclea. Es en esta zona donde se localiza la llamada trompa de Eustaquio, encargada de equilibrar la presión del aire por la conexión existente con la garganta.

Un testimonio sustancial para incluir en la educación la práctica de la música, se encuentra en el Language Experience Approach (LEA), desarrollado en Estados Unidos para personas con problemas del lenguaje. La práctica de escribir canciones ha mostrado una disminución de las dificultades en la escritura y la lectura que presentan personas con problemas de aprendizaje, además de facilitar su expresión emocional. Con ello se subraya la perspectiva de integralidad, propia de la formación de lo humano por el arte.

La región interna, en donde se ubica el caracol lleno de líquido y que contiene los receptores auditivos. Como el estribo se adosa a la ventana oval, cuando éste vibra transmite vibraciones a la pequeña membrana de la cóclea, excitando a los receptores auditivos para desencadenar la transmisión de impulsos al cerebro y percibir el sonido. Cualidades sonoras como el timbre o la intensidad pueden percibirse debido al funcionamiento del caracol.

Los conductos semicirculares hallados aquí no sólo intervienen en la percepción de la intensidad del sonido, sino en el sentido vestibular o del equilibrio. En este último se genera la información acerca del movimiento y la orientación del cuerpo con respecto a la tierra. Relacionado con el vestibular, el sentido cinestésico provee de información con respecto a la posición relativa de las partes del cuerpo a lo largo de un movimiento. Este sentido permite advertir sobre las posturas de las distintas partes del cuerpo y con ello equilibrar en forma constante la tensión muscular en toda la estructura corporal. De nuevo la interacción en el funcionamiento de los sentidos es potenciada y afinada por la práctica de las artes en la formación de lo humano.

Rudolf Nureyev, uno de los bailarines clásicos más destacados de todos los tiempos, mostraba en sus evoluciones cómo a partir de la identificación de un sonido peculiar, el cuerpo había de desplazarse en el espacio-tiempo con un movimiento específico, al cual habría de seguirle otro encadenado al anterior y siguiendo pautas auditivo-visuales. Cada desplazamiento constituye una conjunción dinámica de movimientos armónicos que van más allá de una simple repetición mecánica, para sustentar un amplio rango de emociones suscitadas en el marco de la sensibilidad. De lo sensorial a lo significativo de la estética.

La práctica artística en la música no sólo desarrollará individuos que reaccionen mecánicamente ante los sonidos, sino que promoverá una educación sensible a partir de la música. Aprender a diferenciar tonos, timbres, duración o intensidades de un sonido sensibilizará a quienes aprecian o emiten su voz, a fin de que sean capaces de proyectar, a partir de esas cualidades sonoras, la significación de las peripecias y logros de lo humano.

Una muestra de especial valor la encontramos en la Novena sinfonía coral de Beethoven escrita en 1824, cuyo cuarto movimiento final —presto allegro ma non troppo—, después de su recitativo instrumental, introduce los versos de Friedrich von Schiller a la alegría por medio de cuatro solistas y un coro mixto. Fue la primera vez que hizo su aparición la voz humana en una sinfonía. Beethoven sentó así las bases para un novedoso lenguaje sinfónico. Se cuenta que el genio de Bonn, aquejado ya por la sordera, colocaba su oído en el piso para poder escucharla, tal y como la audiencia lo hacía en la cávea para percibir las intensas vibraciones que esta sinfonía producía en su corazón.

El ámbito emocional evocado por una obra musical llega a evidenciarse en la piel del intérprete. El enrojecimiento de las mejillas o la palidez del rostro, así como las gélidas manos o la calidez de la piel, nos señalan el complejo vínculo entre una ejecución instrumental —amalgama entre lo sensorial y lo cognitivo— y el cúmulo vivencial de experiencias que involucran una diversidad procesual de índole mental.

Lo anterior es posible debido a que la piel alberga la red sensorial más grande y extendida de todo el cuerpo humano. Los sensores aquí ubicados detectan y responden tanto al entorno exógeno como al endógeno. Pero la piel también actúa como una cubierta protectora de las variaciones de temperatura y humedad que registran los ambientes delimitados por ella, tanto hacia el exterior, como al interior que circunda.

El sentido cinestésico interactúa con la red sensorial de la piel para generar patrones interpretativos posicionales y de relaciones entre los componentes del cuerpo, balanceando las posibles tensiones musculares por efecto de una postura prolongada. Estos receptores sensibles se encuentran distribuidos tanto en la piel delgada o de espesor fino, como en la gruesa. La primera es la más extendida a lo largo y ancho del cuerpo, posee la peculiaridad de estar poblada por un sinnúmero de folículos pilosos que la recubren con vello —más o menos abundante y de longitud variable según la zona corporal en la que se encuentren.

La piel gruesa, en cambio, carece de estos folículos y en su lugar presenta una rica mixtura de células sensibles que pueden detectar gradaciones térmicas; de presión, textura o dolor, como diferenciar entre una dura compresión y una caricia, entre una áspera superficie y un suave toque, o distinguir entre una dolorosa quemadura y una raspadura leve, entre otras sensaciones. La localizamos en las plantas de los pies, en las palmas de las manos y en las zonas lisas de los dedos.

Son tres los sustratos en que se divide la piel:

La epidermis, integrada por una sucesión de capas de células que se regeneran al morir las que se descaman.

La dermis es un estrato más bajo en el que las células nacen. Éstas habrán de sustituir a las que van muriendo, por ello se encuentran en un proceso de constante migración ascendente. Las glándulas sudoríparas producen una secreción ácida que desempeña una función protectora, al inhibir el crecimiento bacteriano.

El tejido subcutáneo, conformado por tejido conectivo y grasa.

En la piel se localiza, además, una gran cantidad de glándulas sudoríparas y sebáceas, folículos pilosos, venas, arterias y vasos capilares.

Por medio del tacto es posible "ver", como los invidentes que al perder la visión desarrollan este y otros sentidos. No obstante, también con la práctica artística se puede afinar el sentido del tacto. En la escultura, el sentido del tacto se cultiva paulatinamente para ver sus proyecciones en procesos cognitivos complejos, cuando se pasa de una deficiencia en la captación tridimensional del entorno, al dominio de ésta; no sólo en la representación del dibujo, sino en la aprehensión misma de la volumetría en la forma a partir de diversos materiales.

El ilusionismo sensorial del barroco, por ejemplo, se destaca en la obra de Bernini, quien emplea las calidades táctiles y visuales para cautivar a los fieles, como en su obra Éxtasis de Santa Teresa. La santa está introducida en un templete detrás del cual se halla un espacio elíptico. A sus espaldas se presentan destellos de luz a partir de rayos de bronce dorados que reflejan la luz de una ventana oculta —propia del efectismo de Bernini—. Las calidades del mármol pulido en los cuerpos, así como las mate en las vestimentas, destacan las figuras del ángel y de Teresa. Así también las rugosidades propias del cúmulo nuboso en que se asientan parecen elevarlas hacia el cielo.

Lo anterior también es viable gracias a la luz. Por ella es posible ver no sólo líneas, formas, colores y texturas, sino desde lo elucidado por ella, una perspectiva de significación que al pasar por la superficie de los objetos del entorno nos conduce a la profundidad de su interior. El principio está en los ojos, órganos de la visión que permiten percibir sensaciones luminosas y con ello captar características de los objetos. De acuerdo con las condiciones de luminosidad se distinguen dos tipos de visión: la escotópica, que ocurre cuando el ojo se acostumbra a la oscuridad circundante, y la fotópica, cuando el ojo se habitúa a la luz. Esto es posible debido a que en el interior del mismo se encuentran células receptoras que se encargan de transformar la energía electromagnética en impulsos nerviosos, lo cual, por ejemplo, puede ayudar a estructurar las imágenes de los objetos y transmitirlas hacia el cerebro.

Una persona reflexiva, al observar sencillos patrones a base de líneas como los que aparecen en el arte islámico, admirará la aspiración llevada a la concreción de la unidad y el orden que se manifiesta en él. Lejos de interpretarlo como un registro simple de elementos sensoriales, la visión resulta ser una aprehensión de la realidad auténticamente creadora, inventiva e imaginativa.

Los fotorreceptores llamados conos y bastones, son los encargados de absorber los rayos luminosos y transformarlos en información que puede ser transmitida por las neuronas. Un órgano tan delicado como el ojo ha de estar protegido. Así, en su parte posterior, los huesos del cráneo y de la cara le dan un sólido resguardo, en tanto que los párpados, las glándulas lagrimales, las cejas y las pestañas lo protegen del polvo y los cuerpos externos.

La luz proveniente del exterior pasa por la córnea —membrana transparente ubicada al frente del globo ocular—. La entrada de luz es regulada por un anillo de músculos pigmentados que se conocen como iris. La pupila es la abertura en el centro del iris por la que pasa la información lumínica. Ésta, o bien se oclusiona ante la luz brillante, o bien se abre cuando la luz es escasa. Precisamente por detrás de la pupila está el cristalino —de forma esférica y transparente—. En cuanto la córnea desvía los rayos lumínicos, el cristalino completa la tarea de enfocar las ondas luminosas sobre los fotorreceptores localizados en la parte posterior del ojo. Gracias a la capacidad de cambiar de forma, propia del cristalino, es posible enfocar objetos cercanos o alejados; a este proceso se le conoce como de acomodación.

El fotógrafo desarrolla de forma paulatina esa capacidad de la visión y la afina a través de la lente en su cámara. Gabriel Figueroa pudo traducir su propia mirada en las tomas fotográficas para el cine, propuestas al lado de Emilio El Indio Fernández. En éstas su mirada discurre de los personajes a los paisajes abiertos; ponderando la luz y las sombras, acentúa el claroscuro y logra conferir personalidad propia a la naturaleza así presentada. Al acomodar su singular enfoque de la imagen en movimiento, comparte también con nuestros ojos sus hallazgos cinematográficos, operando entonces como guía en nuestra propia educación visual. Nos muestra lo que en la realidad por cotidiano resultaba invisible, destaca la presencia de lo minúsculo y lo majestuoso a partir de los valores que por la luz o su parcialausencia se tornan significativos.

Un conjunto de receptores de luz y células nerviosas que se localizan en la parte posterior del ojo, integran la retina. Los fotorreceptores —conos y bastones— absorben los rayos lumínicos y los transforman en información que puede ser transmitida por las neuronas. La fóvea es una delgadísima porción de la retina que produce la visión más clara. Atrás, el nervio óptico se prolonga hacia el cerebro en un haz de neuronas que lleva la información procesada luego, para visualizar el entorno.

La luz y la visión tienen un papel preeminente en lo que a las artes corresponde. El concepto artes visuales, generado posteriormente al término de la segunda guerra mundial, no sólo pone énfasis en la cualidad de la luz que por su naturaleza misma hace visibles las obras, sino en un sentido de emancipación formal y expresiva remanente de las vanguardias del siglo XIX. No trata pues de atender únicamente a la cualidad sensorial de origen en referencia a la visión —como en la pintura o el grabado, la fotografía y el cine, consideradas en estancos independientes—, sino, partiendo de lo sensorial, alcanzar el sentido significativo de una elaboración cultural compleja, como la que ocurre en la interacción de las artes.

En la fotografía de Gabriel Figueroa interactúan la perspectiva curvilínea de Gerardo Murillo, las atmósferas expresionistas de Orozco, los escorzos de Siqueiros o el énfasis popular de Posada. Pero por el lenguaje cinematográfico igualmente se hace ostensible la contribución literaria de Mauricio Magdaleno, así como la realización de El Indio Fernández. Se trata de una excepcional integración.

La denominación artes plásticas anterior a la segunda mitad del siglo XX planteaba un escenario de estancos más o menos cerrados; una práctica artística ocupada en sí misma, sin perspectivas de conectividad entre sus diversas manifestaciones y sin una alternativa de interacción entre la escultura, el grabado y el dibujo, o entre el cine, la pintura y la fotografía, por señalar un par de ejemplos.

En torno a los años ochenta del siglo XX, el término artes visuales va asumiendo primacía en su empleo, ante el eclipsamiento de la denominación artes plásticas. No sólo los artistas europeos emigrados a Nueva York la emplearán en su vocabulario, sino de manera genérica entre quienes hacen alusión al arte.

De la compresión autorreferencial en las artes plásticas con sus delimitaciones, campos y metodologías, se tiende hacia un panorama expansivo propio de la interactividad entre las distintas artes, los lenguajes diversos y los recursos. Por consiguiente, las sonoridades, la mutabilidad de las imágenes en movimiento o la escritura, son recursos integrados a las nuevas propuestas.

Lo anterior describe en parte la multiplicación en las nuevas formas planteadas para el quehacer artístico, así como en los criterios para caracterizarlas, debido a lo cual hoy son particularmente abiertos. La fluidez en la comunicación facilitada no sólo por la optimización de los transportes, sino por medios de comunicación como la internet, hace que los límites territoriales se diluyan. El lenguaje artístico se enriquece con el fenómeno de la globalización; artistas de cualquier latitud del orbe con su carga de elementos estéticos provenientes de sus culturas originarias los muestran en el escenario internacional, generando el fenómeno de la multiculturalidad. Esto a la vez suscita una peculiar similitud generalizada en el estilo, pues se dejan a un lado las distinciones de tipo nacionalista.

Los artistas cuentan con una disciplina base y a partir de ella investigan en otras a fin de potenciar y fortalecer su producción. Se presenta una suerte de migración o trashumancia por medio de la experimentación. Para ello se buscan innovaciones en el montaje y los formatos para las exposiciones. Se ocupan espacios de carácter público o espacios abandonados, exclusivamente en periódicos o internet variando la duración en ellos, es decir, experimentando también en las estrategias expositivas. Existe en suma, una apropiación de estilos y de recursos incorporados a las obras en formas particularmente novedosas.

Los artistas visuales de nuestros días discurren entre la experimentación de nuevas técnicas y materiales: integran medios digitales, televisión o videos; intervienen fotografías; recolectan objetos para darles una sintaxis estética, se nutren de lo popular, la publicidad o el cómic; diseñan instalaciones, ambientes u objetos; reúnen arquitectura con escultura, o pintura con grabado y dibujo.

Esa manera de apreciar el mundo, de desenvolverse en la práctica artística, distinta de la manera de enfocar y desenvolverse de un matemático o un físico, se debe, además de lo señalado en cuanto a los factores mediadores, cultura e individualidad, al hecho primordial de que el sistema sensorial es una extensión del sistema nervioso. Por lo tanto, la conformación de la estructura cerebral que nos caracteriza es también determinante en la aprehensión del mundo y en la respuesta que entonces se da hacia él, de acuerdo con el funcionamiento cerebral que nos orienta. Enseguida, y de manera sucinta, se hace una referencia a la división hemisférica del cerebro humano.

El cerebro humano está escindido en dos hemisferios: el derecho y el izquierdo, unidos por el denominado cuerpo calloso. Cada uno se ocupa de funciones diferentes, aunque complementarias. Cada uno percibe una parte distinta de la misma realidad, precisamente debido a la orientación de su procesamiento. El equilibrio es lo que se desea alcanzar.

Nuestros cerebros son binarios. La manera de percibir e interpretar el mundo, si separásemos sus mitades sin causar daño, serían tan distintas que podríamos pensar que se trata de dos personalidades opuestas. No obstante, si se ponderan sus procesamientos, ambos son indispensables en la resolución de problemas, pero particularmente en la creación de propuestas innovadoras. Uno no es superior al otro. Ambos emplean procesos de cognición de alto nivel.

El hemisferio izquierdo percibe el mundo en forma secuencial y ordenada, reflexiva y analítica, lógica y lineal. El hemisferio izquierdo cuenta, mide, planea paso a paso, verbaliza, analiza, abstrae, toma decisiones y las ejecuta, se encarga de la memoria a largo plazo. Piensa en números y se expresa en palabras. Debido a ello se señala que posee la capacidad para desarrollarse en las matemáticas, la lectura o la escritura. Conoce el tiempo y su transcurso. La lógica lineal y binaria le es afín, de ahí que los binomios si-no, arriba-abajo, antes- después, más-menos, o la serie numérica 1, 2, 3, 4, etc., resulten compatibles para él.

El hemisferio derecho en cambio, aparece relacionado con la percepción global; es decir, sintetizando la información que pasa por él. En virtud del procesamiento del hemisferio derecho entendemos las metáforas, podemos soñar y creamos combinaciones novedosas de ideas. Por él vemos los elementos del espacio y sus interrelaciones en la construcción del todo. Procesando la información global, va del todo para la comprensión del funcionamiento de cada parte en esa unidad. Se trata de un hemisferio holístico e intuitivo, no lógico y verbal. Procesa en paralelo y en imágenes, en símbolos y en sentimientos. Posee, por lo tanto, capacidad imaginativa, fantástica y espacial; busca pautas y configuraciones. Se interesa por las relaciones. Muestra gran eficiencia en las tareas visuales y espaciales, incluido el reconocimiento de melodías musicales.

Debido a lo anterior la práctica artística parece relacionada con el procesamiento holístico e intuitivo del hemisferio derecho, aunque es preciso acotar que para la resolución de toda actividad, el cerebro actúa en forma equilibrada utilizando ambos hemisferios cerebrales. La práctica de las artes, aunque asentada en la porción derecha del encéfalo, habrá de ejecutarse como resultado de la interacción de ambos hemisferios cerebrales.

Como resultado del modo de procesamiento del hemisferio derecho se generan llamaradas de intuición en las que es posible exclamar: "¡Lo tengo!" o "¡Ahora lo entiendo todo!", sin necesidad de explicar el quid de las cosas. Esa sensación de logro es un paso previo o simultáneo a la percepción. Se indica que las sensaciones son experiencias inmediatas elementales producidas por estimulación aislada. La percepción, en cambio, ha de incluir la interpretación de esas sensaciones, otorgándoles orden y significado. Aquí una pausa para señalar que tanto el análisis como la integración, el ordenamiento y la interpretación de las sensaciones producidas por los estímulos implican un desempeño no sólo atribuible a nuestros órganos sensoriales, sino a nuestro cerebro.

La práctica artística, pues, originada en el procesamiento del hemisferio derecho, activa paralelamente el izquierdo por el mecanismo integrador cerebral. No obstante, su práctica cotidiana promoverá no sólo el aprendizaje de un grupo de notas musicales, o la distinción de una gama cromática, sino que fortalecerá a través del refinamiento del sistema sensorial y la sensibilización, un aprendizaje amplio y consolidado. Este aprendizaje es susceptible de tocar tanto el ámbito de las habilidades, como el de las actitudes, redundando entonces en un conocimiento en el sentido holístico, formador de lo humano.

Cuando un artista realiza sus primeros trazos sobre el lienzo, es posible apreciar características como intensidad y direccionalidad de la línea; se está aquí ante las sensaciones. Pero si en esos trazos se visualiza la representación de un paisaje aderezado con elementos acuáticos, se está ante un proceso perceptivo. Es conveniente apuntar que no son muy claras aún las diferencias entre sensación y percepción, e incluso, aunque en este sencillo ejemplo se ubican las sensaciones antes del surgimiento de la percepción, en no pocas ocasiones ambas ocurren de forma casi simultánea. Sin embargo, aunque el ejemplo no deja de tener un acento trivial, nos permite apreciar que cada una de las acciones realizadas en conjunción del sistema sensorial con el sistema nervioso, constituyen un verdadero cúmulo de información que requiere ser ponderada para emitir una respuesta en la toma de una decisión.

Si en dicho paisaje se reconocen algunos elementos como caracoles y mariposas colocadas cuidadosamente arriba de la vírgula de la palabra emitida por algún personaje en la composición, esto nos hace evocar el Tlalocan, una suerte de paraíso, propio del dios Tláloc, ya  que estos elementos hacían alusión directa a la deidad en el mundo mesoamericano. Se revela entonces una frontera aún más imprecisa que involucra almacenamiento, recuperación, uso del conocimiento e, incluso, nueva adquisición de éste. Se trata de la cognición.

Algunas personas evocan esa representación acompañada de una profunda manifestación emotiva, pues asocian esa imagen con su perspectiva de la vida y de la muerte; equiparando sus creencias religiosas actuales con aquellos viejos mitos, cuya singularidad radica en afirmar el hecho sustantivo de la vida después de la vida, el equivalente a una resurrección, de acuerdo con lo contenido en las crónicas de la época que informan sobre las muertes relacionadas con la deidad del agua, "Nuestro Señor, el que hace crecer", Tláloc.

Todos aquellos fallecidos por cuestiones relacionadas con el agua, como la muerte por un rayo, por ejemplo, eran enterrados con la rama seca de algún vegetal, pues pensaban que al llegar al Tlalocan —sitio al que deberían llegar por consecuencia de su forma de morir—, ésta reverdecería como muestra de su propia revitalización en el espacio de Tláloc. Las lágrimas derramadas todavía hoy al evocar alguna pérdida por esa causa, y a la vez su esperanza de alcanzar esa vida plena desde esta frontera cotidiana, subrayan el proceso cognitivo que desencadena toda una secuencia de recuerdos, interpretados y ponderados en un esquema determinado, y facilitan la expresión de una conducta enmarcada en la sensibilidad.

La percepción es un proceso que promueve e implica la cognición misma. Las artes participan de las cualidades sensoriales en la aprehensión del mundo que nos rodea.

En la contemporaneidad, se sabe errónea la noción de que las artes tienen poco que ver con el desarrollo de los procesos mentales. Muchas de las formas más complejas y sutiles del pensamiento se presentan cuando quien las ejecuta tuvo la oportunidad de trabajar en la construcción de lo visual, lo musical, lo poético, lo coreográfico, etc.; y asimismo, o en su lugar, en la posibilidad de apreciarlas. Lo que al principio era una respuesta refleja una función instintiva, se convierte en una búsqueda gradual del estímulo. Esa búsqueda de la diferenciación, esa necesidad de la exploración, con el tiempo hallarán el significado. Es posible alcanzar el afinamiento de nuestro sistema sensorial, como resultado de la orientación a través de la práctica en las artes.

Su evolución no ocurre de manera aislada. Como se ha visto, el funcionamiento del sistema sensorial se fundamenta en un continuo intercambio entre el entorno y su propia interioridad. Los distintos receptores al transportar información hacia el sistema nervioso, lo proveen de testimonios suficientes para tomar decisiones y ofrecer respuestas a la estimulación exógena. Por ello el arte, en su amplísima gama de manifestaciones, resulta particularmente relevante en la medida en que la sustancia misma de sus muestras provee al ser humano de un riquísimo espectro de estimulaciones; éstas por ello despliegan una amplia incidencia en los distintos sensores de los sentidos para afinar paulatinamente un sistema que se estructura precisamente para el intercambio.

A través de las artes un universo de cualidades que caracterizan el entorno suscitan nuestra atención —en lo que palpamos, olemos, saboreamos, oímos o miramos—. Esas cualidades, que en la experiencia cotidiana pasan a una categoría de invisibilidad pues nuestras percepciones son realizadas con tal premura que no alcanzamos a distinguirlas, en la práctica artística se transforman por efecto de una observación atenta y un espacio pausado de tiempo, en una afinación sensorial significada que da valor a la sensibilización de lo humano.

Si se recuerda, las artes poseen un componente lúdico en todas sus manifestaciones. La imaginación se libera entonces de sus ataduras. La práctica de las artes da paso a los impulsos de la experimentación y, con ello, los límites que acotan la experiencia vital momentáneamente son eclipsados para dar parte a lo vivencial en el arte. La exploración es un factor imprescindible en la experimentación. La satisfacción que esto genera crea un ambiente propicio para el aprendizaje, sustentado en lo actitudinal y potenciando la habilidad y el conocimiento. Al explorar con satisfacción, la imaginación se detona, produciendo imágenes de lo que puede potencialmente ser, pero con la enorme ventaja de no sufrir las consecuencias concretas de algo que aún no es. Es decir, la imaginación proporciona una alternativa de "espacio seguro" al experimentar.

El ser humano aprende con mayor profundidad representando el universo a partir de lo artístico, que sólo leyendo sobre él. El cerebro crea un modelo multidimensional de cada experiencia, siendo fácil de comprender y asimilar así. Es decir, se aprende verdaderamente cuando se ponen en función todos los sentidos. Esto es posible por las peculiaridades de las artes en la formación integral de los humanos. Las investigaciones, en suma, reflejan que la educación artística desarrolla las neuronas del cerebro.

El arte promueve el desarrollo de la imaginación, fundamental en los procesos mentales. Una experiencia estética requiere de una mente enriquecida por el sentido propositivo de la imaginación. Ésta permite explorar sendas conocidas, pero desde diferentes perspectivas, o abordar otras nuevas ofreciendo soluciones creativas.

Dado que hoy por hoy, en un panorama estético y humano mutable y trashumante, los lenguajes del arte se vuelven infinitos y sus discursos se multiplican, la afinación del sistema sensorial de los individuos podrá potenciar su imaginación y creatividad, y jugará un papel primordial en su formación y desempeño cotidiano. Con ello se subraya el sentido relevante que las artes podrán ejercer en la educación de la sociedad.


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