conocimientos fundamentales

| arte | el arte en contexto

Página anterior Página siguiente





TEMA 2. EL ARTE EN CONTEXTO

El arte de la pintura

El arte de la pintura, de Johannes Vermeer, 1666 – 1668.



2.1 EL ARTE EN LA SOCIEDAD DE CONSUMO

Es pertinente hablar sobre el arte en la sociedad de consumo y no hablar llanamente del arte en la sociedad. ¿Qué implicaciones puede tener este matiz en el lenguaje? Está claro que ambos conceptos no implican lo mismo: hablar del arte y la sociedad sería hablar de cómo el arte influye en la sociedad o de cómo la sociedad influye en la construcción del arte, o de ambos. Sin embargo, ése no es el propósito de este apartado, pues suponer que uno y otro conceptos son iguales, implicaría aceptar la premisa de que la sociedad es, per se, una sociedad de consumo.

No se busca generalizar, sino señalar que el consumo implica enfocarse en las condiciones de compra–venta. En esta vertiente la sociedad privilegia el consumo de bienes tanto como el de servicios, pues corresponde a una etapa avanzada del desarrollo industrial capitalista. En este tipo de sociedad la dimensión de la producción es masiva, por lo que el consumo alentado por tal disponibilidad alcanza esa misma proporción. Bajo esta perspectiva la idea de globalización no sólo implica la apertura del mercado, sino también la apertura de los medios de comunicación.

El consumo en esta sociedad representa el principal objetivo de la persona, que pasa entonces a transformarse en un mero consumidor. Obtener el último gadget, el automóvil último modelo, la ropa de moda, la más reciente computadora, así como la bebida y comida de mayor proyección publicitaria, son una constante para el individuo convertido en consumidor. Empero, ¿cómo se inserta el arte en esta sociedad de consumo?

A lo largo del tiempo el arte ha tenido diversas funciones y connotaciones. En un principio el arte, en su modo de representar y comunicar, mantuvo implicaciones con lo divino. El arte era simbólico y permitía al hombre sentirse parte de la divinidad. Dios era el centro de la actividad artística. La música, la pintura, la escultura o la arquitectura, buscaban un sentido trascendente, el cual permitía compartir un sustrato de lo deífico con el hombre —de ahí la sacralización del arte, pues sólo eran artistas los elegidos, los que podían transmitir un trasunto de la divinidad.

Durante el Renacimiento el arte no sólo se orientó al ámbito sacro; fungió asimismo como un medio para prestigiar a las familias de los mecenas que patrocinaban el arte. Quienes detentaban la autoridad en ese contexto se rodeaban por ello de muestras diversas de arte: pinturas, esculturas, poesía y música compuestas ex profeso para ellos, así como bellos y confortables palacios.

Con los cambios en la concepción del mundo y del universo, paulatinamente Dios abandonó la centralidad en la actividad humana y el hombre, en tanto, fue adquiriendo preeminencia en los asuntos y las temáticas abordadas en ella. Su mundo, sus miedos, recelos y gustos se constituyeron en temáticas propias de su quehacer creativo. El arte mantuvo su vínculo con las élites, pero esta vez se observaba al hombre como tema digno para producirlo. Lo artístico así, ha tenido diversas funciones en la sociedad: didácticas, evocadoras, reveladoras, represoras, homogeneizadoras, de ruptura, revitalizadoras, revolucionarias, de denuncia, liberadoras.

En la sociedad actual, el arte no corresponde únicamente al que se ve en los museos y galerías, o el que se aprecia en las salas de concierto; no sólo es el producido por los grandes artistas como Miguel Ángel, Botticelli, Bach o Mozart. También está el que nos rodea cotidianamente si lo consideramos como una consecuencia de las manifestaciones culturales, sobre todo porque en los diferentes momentos de la historia humana sus prácticas se constituyen en la base de la civilización. Tanto el fenómeno culinario como los juegos, las festividades, el paseo diario o el ocio no pueden ser considerados únicamente como elementos frívolos, puesto que expresan emociones colectivas y forman parte del gusto; poseen una dimensión estética propia del individuo —aunque no todos ostenten conocimientos sobre los elementos propiamente artísticos.

Sin embargo, en la actualidad existe la idea de que el arte está en crisis, a pesar de observar la proliferación de artistas, críticos y espacios de difusión, así como las galerías y museos que resguardan las novedades artísticas para la "posteridad". Esta paradoja se origina de la relación entre el arte como objeto de consumo y la sociedad.

El arte dejó de ser patrimonio único para las élites y comenzó a popularizarse. De este proceso participaron sobre todo las vanguardias, en particular el dadaísmo que declaró la invalidez del arte, al menos de los cánones artísticos establecidos hasta entonces por la Academia y por los grupos en el poder.

Dadá fue un movimiento antiliterario, antipoético y antiartístico. Se presentó a sí mismo como una ideología total, como una forma de vivir y como un rechazo absoluto de toda tradición o esquema anterior. Puso en duda la existencia de la belleza, la eternidad de los principios, la lógica del pensamiento y su universalidad. Los dadaístas promovieron la ruptura, la libertad del individuo, la espontaneidad de la inmediatez, lo aleatorio, la contradicción; defendían el caos frente al orden y la imperfección frente a la perfección.

Se basaban en lo absurdo y en lo carente de valor; introdujeron la entropía en sus escenarios, rompiendo las formas artísticas tradicionales. Se sirvieron también del montaje de fragmentos y de objetos de desecho cotidiano. De este modo encontramos piezas que hasta entonces no podrían ser consideradas como obras de arte: urinarios, bicicletas, latas con mierda; arte que iba en contra de los cánones estéticos establecidos y que provenía de la cotidianidad. El arte se escindió de la tradición.

Otro movimiento que contribuyó a la popularización del arte fue el pop art, cuya finalidad consistía en dotar de rasgos artísticos a los elementos de consumo popular, como cierto tipo de carteles, dibujos de historietas para niños, anuncios de productos comerciales: llantas, refrescos, sopas enlatadas, pastas para los dientes o automóviles de la época. Todo eso fue retomado y plasmado en enormes carteles, en pinturas que se difundieron como cualquier producto publicitario. El arte pop intentaba reducir el lenguaje simbólico de la obra de arte canónica (las obras de Botticelli, por ejemplo) al leguaje simbólico popular. La frialdad de esas obras refleja la frivolidad de la sociedad de consumo.

El arte, como en las obras de Jean Tinguely, se volvió resultado de un proceso intervenido por máquinas, señalando así su alejamiento del ámbito humano y subrayando su pertenencia al entorno mecanicista postindustrial, al sentido impersonal que impone la sociedad de consumo. ¿Cómo es que el arte se sumerge en el diario acontecer de nuestra sociedad?

El siglo XXI, caracterizado como era del conocimiento y la información, tiene sus ejes rectores en el consumo y la producción. En los años sesenta del siglo XX, Marshall McLuhan visualizaba la interdependencia que se genera en la sociedad contemporánea a través de los medios de comunicación, por lo que acuñó el término "aldea global". Ello implicaba una modificación en la concepción del mundo, sustentada en el vínculo con las nuevas tecnologías, el uso de nuevos instrumentos y lenguajes —enfoques divergentes a los característicos de las sociedades conservadoras—. Estos y otros tantos factores generan nuevas actitudes ante la vida; los individuos se adentran cotidianamente en una dinámica de permanente y acelerada adaptación. Ello ha motivado grandes cambios en lo que concierne a la mecánica misma de transformación del Estado —como proyección macro de los constructos humanos.

Las estructuras sociales fomentan el individualismo, lo que acentúa las contradicciones de clase. El conocimiento se sitúa como la base de todo capital humano —situación que prefigura el conflicto por dirimir la entidad que habrá de detentar el poder otorgado en el manejo del conocimiento—. Las culturas trascienden sus propios espacios-tiempo, en virtud de la dinámica actual que posibilita el traspaso de fronteras y el entrecruzamiento múltiple de mensajes, entre los cuales se incluyen también los de índole artística.

Mantener la demanda requiere de una oferta inmediata y de calidad, de acuerdo con un determinado contexto. La música popular existe con referencia al impacto social promovido por los medios y los valores emocionales que exaltan, los cuales contienen rasgos estéticos que orientan el gusto.

En la sociedad de consumo, ¿cuál es el carácter del objeto artístico, si una obra artística como la de Picasso o la Novena de Beethoven no tienen el impacto de los espectáculos de masas, como los conciertos de Madona o Shakira? El arte en la sociedad actual no obedece a los cánones establecidos desde las normas de lo artístico, sino a la oferta y demanda de la cultura industrial.

En el siglo XXI se ha fomentado una concepción del mundo sustentada en formas de vida basadas en las nuevas tecnologías. Así, una sociedad es moderna si cuenta con Internet, autos, computadoras, medios de transporte propios de una tecnificación de punta, aunque las necesidades básicas como la vivienda, el vestido, la alimentación o la salud no hayan sido cubiertas para el total de la población. Surgen entonces contradicciones y falacias, pues una comunidad indígena no progresa sólo por contar con equipos de cómputo en las escuelas, en tanto dichas comunidades carezcan de servicios elementales como la electricidad. En la mayoría de los casos ni siquiera existen escuelas, y si existen, son lugares inadecuados para la enseñanza, donde se pretende imponer el modelo de pensamiento occidental, ajeno a los requerimientos y particularidades de las comunidades.

La necesidad de las nuevas tecnologías ha generado grandes transformaciones en todos los ámbitos, pues no se alcanzan a contener ni a visualizar sus límites. El Estado contemporáneo está en permanente contingencia; por lo tanto, es sujeto de constantes adaptaciones a fin de afrontar las problemáticas situacionales, las cuales surgen de una sociedad en crisis. Tal parece que se confronta el poder del Estado con el de otros grupos de poder, los cuales demandan y crean sus propios territorios a la manera de los sistemas feudales.

En el caso de la educación, se la concibe ya no como un derecho sino como un bien de consumo, un lujo cultural; sólo aquellos que cuentan con la capacidad económica tienen acceso a una educación de calidad. Como consecuencia de la globalidad, muchos de los modelos educativos que se manejan corresponden a modelos importados de países con distintas características socioeconómicas; su calidad, entonces, está igualmente en cuestión.

Debido a la inequidad del poder adquisitivo y de oportunidades se acentúan las desigualdades en la lucha por la obtención del conocimiento, base de todo capital humano.

A consecuencia de la condición marginal de las culturas populares, éstas sostienen una dinámica propia que trasciende su espacio-tiempo, proyectándose más allá de sus entornos. Sus formas de manifestación artística, especialmente en la música, así como las conectadas con sus tradiciones, alcanzan niveles de expansión mucho más amplios de los que caracterizan la obra artística en un espacio museístico.

Entonces, ¿qué se considera en la sociedad de consumo como un objeto artístico?, ¿la pieza que se muestra en un espacio de culto, sea ésta una obra teatral, literaria, de danza, musical, de medios alternativos o una feria regional en el marco de lo popular, en la cual interactúan, a manera de un gran performance, distintas formas de expresión artística?

Es de primordial importancia reflexionar sobre esta situación. En el siglo XXI, el objeto artístico ya no es —como se mencionó— únicamente aquel que consta en los registros de la Historia del Arte universal y conoce con especificidad el experto. Lo artístico también se encuentra en el ámbito social de lo popular; sencillamente está ahí presente y se entrecruza transversalmente de manera multilateral, de forma tal que esas propuestas con rasgos artísticos pasan a formar parte del consumo de los públicos masivos.

De acuerdo con Habermas, esto es consecuencia de la modernidad y sus valores, lo cual se refleja en la posmodernidad. Rosalind Krauss y Douglas Crimp indican: "Es como una suerte de ruptura en el campo estético de la modernidad, es el declive de los mitos modernos como el del progreso, es una ruptura que se refleja sobre todo en el arte."

La originalidad era un atributo de lo artístico. No obstante, esa categoría en el objeto artístico actual no constituye su distintivo primordial. Ya desde el siglo XIX —y más allá—, ante la demanda de objetos artísticos muchos creadores, como es el caso de Rodin, manejaban en su taller un concepto de industrialidad, con un carácter serial y corporativo.

En la pieza escultórica de Rodin Las puertas del infierno, el diseño, estructura y composición, así como las piezas que la integran, están concebidos para que se conformen de manera multifuncional, con independencia de la disposición formal integradora. En ese proyecto una misma pieza es reproducida de manera sistemática a grandes escalas, lo cual permite que se arme estructuralmente de manera indistinta. Desde esta perspectiva, el concepto de objeto original ha sido puesto en cuestión. Hoy, la búsqueda de la originalidad no se incluye en los objetivos fundamentales del arte; más bien coexisten una diversidad de formas artísticas que se recombinan y alternan de manera continua.

El arte en la sociedad de consumo es resultado de la crisis de la modernidad y sus contradicciones. Éstas se convierten en una suerte de valores, objetivándose, incluso más allá del objeto puramente estético —sea en el ámbito de la música, el teatro, las artes visuales, la danza, los medios alternativos o cualquier otra forma de expresión extraartística—. En el contexto actual se revelan en la ideología de lo transgresivo. Lo moderno tiende hacia la ruptura de los límites establecidos, como en la música, por ejemplo, el hip-hop, que rebasa sus propios ámbitos. Tales formas de manifestación artística y cultural no alcanzan un lugar más que en su propia marginalidad; no obstante, por su propia dinámica impulsan y dejan huella en la historia contemporánea.

En la actualidad, el arte no obedece sólo a una lógica interna, no se apela a la pureza en sus distintos géneros; es decir, hay una hibridación. Incluso es posible hablar más allá del arte en términos de géneros o manifestaciones, pues existe un ostensible traslape en las obras. Al final esos parámetros sólo sirven para delimitar y, en último caso, hacer más asequibles las propuestas al público.

El impacto emocional del objeto reside en gran parte en el mito de la genialidad creativa, en un alarde de dominio disciplinario del propio artista. Basta escuchar a Led Zeppelin para comprobar que, aunque su música es transgresiva, como objeto artístico es producto de lo disciplinario. La sociedad de consumo lo convierte en un objeto de culto, cosa que no sucede con las expresiones populares vinculadas con grupos minoritarios, pues éstas corresponden más bien al producto de necesidades expresivas determinadas. El objeto artístico se refleja entonces como objeto de consumo y, en algunos casos, como un contraproyecto de vanguardia anárquica.

Para que la producción artística tenga impacto como valor de consumo, ésta no ha de corresponder al artista en exclusiva, sino al concepto de lo corporativo, en el que un grupo de personas estén integradas a un sistema productivo, con el propósito de dar cuerpo a una producción artística, así como mantener y expandir el mercado. Esto quiere decir que el producto artístico concebido por el mercado no sólo es apreciado por sus valores estéticos, sino que obedece a las leyes del mercado —la producción artística es tratada como una inversión con valor financiero.

Si bien en un momento dado y fuera de su proyección masiva el arte aún es transgresivo y revelador, dentro de la sociedad capitalista es reducido a un objeto decorativo, eclipsando su contenido. Eso es lo que sucede cuando un objeto, pintura, escultura, fotografía plena de significación, es reproducida ad infinitum, hasta que su sentido original se pierde.

En el caso iconográfico podemos hablar de la figura de Ernesto "Che" Guevara, en cuyo momento representó un símbolo de rebeldía con las implicaciones propias de una revolución social. El portador de su imagen era visto entonces como alguien que compartía sus mismos ideales. Hoy en día ese icono carece de valor revolucionario, sólo es un elemento de moda; la persona que lo porta no necesariamente concuerda con los ideales políticos y sociales del guerrillero. En algunos casos su portador sólo conoce el nombre del personaje, pero no su historia ni sus implicaciones. Esto es promovido por el Estado, valiéndose de los medios de producción y comunicación, para desarticular cualquier movimiento masivo en pugna con sus estructuras.

El dinamismo con el que fluye la información da lugar a que se entrecrucen infinidad de mensajes, los cuales definen y dan forma a nuevos lenguajes y al desarrollo de la cultura, una de cuyas expresiones es la vestimenta. Los zapatos deportivos no sólo poseen características de confort y funcionalidad en su diseño, sino que buscan asimismo ostentar otras en el rango de lo estético. Ese carácter va inserto en su conformación, en su color, en sus texturas. Con el énfasis en esas cualidades se impacta el gusto y a la vez se propicia la oferta y la demanda; por lo tanto, el consumo.

¿El objeto artístico coexiste y se entrelaza con el objeto de consumo? Sí lo hace. La obra artística ha diversificado y expandido sus campos de acción. La producción artística está perdiendo los valores agregados como resultado de su elaboración. El arte, al margen de lo netamente cultural o artístico, se ve obligado a incorporarse a la dinámica de producción renovando sus estructuras morfológicas, las cuales ya no obedecen a los cánones tradicionales, sino a la demanda de una sociedad de consumo. El arte actual se entremezcla con otras vertientes del quehacer humano y se convierte en un espectáculo, obedeciendo así a una maquinaria de producción, a manera de los sistemas corporativos, como es el caso del Cirque du Soleil.

En la introducción a "Las dinámicas culturales de la globalización", del libro Globalizaciones múltiples, Peter L. Berger habla de una cultura global emergente de procedencia occidental —en su mayor parte estadunidense—, que ha penetrado en el resto del mundo de manera poderosa, tanto en los grupos de élite como en el nivel popular, y que oscila entre una condición de aceptación y otra de rechazo.

Hay también posiciones intermedias de coexistencia y síntesis, en que las sociedades destinatarias presentan una diversidad de reacciones, incluidas las de carácter gubernamental, confrontadas con programas alternativos con el propósito de mediatizarlos.

Para un sector de las sociedades occidentales, la "globalización" representa las aspiraciones de una civilidad internacional que conduzca a una era de paz y democratización, a la par de una expansión del mercado que permita el libre tránsito de hombres y productos en todos los sentidos, tal como se prefigura en lo que sucede dentro de la Unión Europea.

Contradictoriamente, la misma Unión Europea ha tratado de hacer menos permisivas sus fronteras al libre tránsito producto de la globalización, asemejándose, por lo menos en parte, a los condicionamientos de la expansión en las políticas sociales, culturales y económicas de Estados Unidos. Probablemente debido a ello, los diversos países europeos buscan fortalecer sus propias economías, cohesionándose en sí mismos, para contener el expansionismo y la hegemonía económico-política estadunidense. El resultado sería quizá un mundo homogeneizado, una "tierra feliz" —a la manera de una Disneylandia— que se propagase metastásicamente, impactando social y culturalmente a los distintos grupos humanos con la intención de integrarlos a ese mundo utópico de vinil.

El objetivo en el proyecto del mercado libre es el consumo. En este mundo global nada hay más democrático que los objetos de consumo, los refrescos de cola son un ejemplo. En el momento presente son consumidos tanto por los hombres que detentan el mayor poder en la Tierra, como por los anónimos parias de los rincones más apartados del mundo. Su publicidad se infiltra en lo más recóndito de la condición humana, en el inconsciente no sólo colectivo sino individual. Se han convertido en iconos de la cultura global con sus mensajes subliminales, induciendo codependencias que mediatizan las conductas sociales, subsumiendo y transformando en lo cultural las creencias, valores y estilos de vida de las personas comunes y corrientes. Es difícil concebir los festejos tradicionales en las mesas de las distintas clases sociales en el orbe sin disponer de los citados productos.

El modelo neoliberal ha fortalecido a las grandes empresas, que se han convertido en protoestados sin límites nacionales y, en no pocos casos, más poderosas que los países mismos.

La dimensión cultural de la globalización ha modificado los estilos de vida, lo cual se refleja en los objetos artísticos, así como en las tradiciones y costumbres impuestas por dicha cultura emergente. El origen y componentes de esta paulatina "colonización" se vincula más con el poderío económico que con la propuesta cultural de fondo.

La lengua de un pueblo corresponde a su memoria cultural. La lengua inglesa posee categoría oficial dentro de la cultura global en ascenso, ejerciendo una vigorosa hegemonía en el espectro internacional. En ella se presenta una serie de variantes con respecto al inglés británico, como la variante estadunidense. No obstante, cada una de éstas es nutrida, además, por otras lenguas de acuerdo con su geopolítica inmediata, estableciendo estándares de carácter funcional que facilitan la expansión de la cultura global. A lo largo del tiempo la lengua ha sido un factor de difusión cultural y de dominación, de manera tal que en las sociedades conquistadas se imponía la lengua del conquistador. El lenguaje implica un modo distintivo, peculiar de pensamiento, impone estructuras mentales y culturales; esto explica la necesidad imperiosa de que los pueblos autóctonos alcanzaran una rápida asimilación del idioma hablado por quien ejercía el poder.

Pese a que el inglés ha ido abarcando diversos sectores y se ha convertido en el idioma internacional, sociedades como la china se constituyen en puntos de contraste. China es el país con el mayor número de hablantes de su idioma, cifra que puede rebasar, incluso, el de los propios países de habla anglosajona —sin obstar que muchos de los habitantes chinos hablan también el idioma inglés y, a su vez, los habitantes del resto del planeta aprenden el chino o lo saben ya—. A pesar de esto, en la actualidad la lengua dominante es la inglesa, que de manera pragmática filtra su carga cultural de connotaciones cognitivas, normativas e incluso emocionales y estéticas. Esto provoca que ciertos valores de la cultura estadunidense estén por encima de aquellos propios de las culturas locales. Tal es el caso de la muerte del cantante Michel Jackson que "conmovió al mundo", cuando en otros países han muerto personajes del mismo tipo y con la misma carga emocional para la cultura local, como es el caso de Pedro Infante en México, sin las repercusiones mundiales que ello pudiese haber promovido.

La cultura emergente se propaga a través de todos los sectores de la sociedad, tanto en las élites como en los sectores populares. Sus difusores son los medios de comunicación masiva, que se encargan no sólo de difundirla sino de imponerla como único modelo, empleando algunas categorías estéticas. Con ello, además, establecen las líneas tanto económicas como de desarrollo sociocultural a partir, entre otros recursos, de reuniones anuales con la participación de líderes empresariales y políticos del mundo.

La Cumbre Económica Mundial de Davos en Suiza, lo es. Allí se definen las estrategias y su motor básico se sustenta en los negocios internacionales que impulsan la globalización económica, tecnológica y cultural. Los estilos de vida dictados desde las metrópolis hacia las periferias promueven un carácter cosmopolita, carácter que dista de las realidades locales.

Un ejemplo son los jóvenes formados en instituciones educativas cuyo perfil de egreso es el de hombres de negocios exitosos, con un manejo fluido del idioma inglés y con un enfoque empresarial. Esos jóvenes son orientados a demandar espacios que respondan a su modelo de vida —vestir con ropas "de marca", diferir de todo aquello que tenga la huella de lo popular o de lo tradicional en el cariz estético—; ubicados fuera del círculo insatisfecho de la protesta local, se aíslan socialmente en zonas exclusivas a las que sólo se tiene acceso por el poder adquisitivo; esto es, una cultura de corte internacional que apoye la globalización de la élite intelectual occidental. Por consiguiente, los patrones de vida hacia los sectores que no tienen poder adquisitivo para acceder a esos niveles de vida se colapsan.

Lo anterior propicia el surgimiento de formas alternativas, no sólo de carácter marginal,  sino que impulsan el estatus social a través de conceptos urbanos múltiples. Una proyección de esto la constituyen ciertos espacios públicos que integran a los individuos en un ambiente cosmopolita estetizado —dando sentido a su vida social al margen de todo contexto de relaciones productivas—, como los centros comerciales. En ellos se maneja la apariencia de un mundo feliz, sin conflictos de carácter social; las contradicciones propias de las relaciones sociales quedan veladas y se diluyen.

En este tipo de plazas comerciales la arquitectura no sólo apuesta a lo funcional, sino a generar ambientes de mediatización social a través de lo estético, induciendo en los individuos el pensar que viven en sociedades de progreso, de modernidad, en donde es posible cumplir con los estereotipos del hombre exitoso. Son proyectos interdisciplinarios que contemplan el ser y el hacer humanos, a fin de elevar los valores de aceptación y estima, no para cambiar su condición humana, sino para alienar al individuo en el modelo dominante.

En estos espacios se fomenta el sentimiento de pertenencia a través de la oferta y la demanda de una serie de servicios que van desde las comidas rápidas o los espectáculos, anclados en una singular dimensión artístico-cultural, hasta las propuestas new age o los ambientes místicos orientales, en los que la finalidad es el "relax".

En el ámbito de la participación social se aparenta dar impulso a las actividades de carácter ecológico o aquellas en pro de la defensa de los derechos humanos —mismas que en su vertiente auténtica generalmente se sitúan a contracorriente de las políticas de Estado y de la libre empresa—. El arte en este contexto se llena de consignas panfletarias y pierde de vista su función social, sobre todo en las economías llamadas emergentes, en las cuales se mediatizan los derechos humanos y el objeto artístico se subsume al concepto de lo productivo, como parte del espectáculo en el orden de lo masivo.

Las cúpulas de poder imponen al individuo nuevos modos de manifestarse. Por ejemplo, es in estar en contra del global warming (calentamiento global), y no lo es la lucha por las clases trabajadoras ni por las mejoras sociales. En este sentido aparece el documental publicitado por Al Gore, llamado An inconvenient truth. Gore muestra las consecuencias del calentamiento global y da algunos consejos para detenerlo; el principal promotor de este desastre, dice, es el hombre. No son los países cuyos procesos industriales desgastan los entornos naturales del planeta. No lo son las grandes guerras provocadas por la venta de armamento con el afán de enriquecimiento; ni siquiera las empresas transnacionales que explotan irracionalmente los mantos acuíferos o promueven la tala inmoderada de árboles en lo referente a las empresas papeleras. Tampoco lo son las políticas del propio país, sino el hombre común, aquel que no cierra la llave cuando se lava los dientes o el que de manera irresponsable deja conectado su aparato electrónico toda la noche.

La lógica de este discurso es sintomáticamente contradictoria. En la sociedad de consumo se impulsa al individuo a consumir —con lo que se generan ingentes cantidades de basura y una contaminación creciente y diversificada—, para posteriormente enarbolar la bandera del reciclamiento de sus desechos.

El Estado requiere, pues, crear diversos distractores para la sociedad, mismos que propicien no sólo modos de vida, sino también modos de pensar, de manifestarse, modos que atañen igualmente a la producción artística; modos que busquen mantener al individuo en una suerte de alienación latente para conservar así el statu quo de las cosas.

En nuestros días no se producen ya las incursiones a la manera de las misiones civilizadoras del colonialismo europeo, sino las ubicadas en la perspectiva de penetración del "imperialismo cultural" estadunidense. Debido a ello, en el marco de la cultura global, se propagan los estereotipos norteamericanos.

En la sociedad de consumo las manifestaciones más evidentes de la cultura global se hacen patentes sobre todo en la cultura popular, la cual se convierte en el vehículo idóneo de propagación del consumo alentado por empresas de todo tipo —comidas rápidas, zapatos deportivos, tecnología electrónica, etc.— por la vía de los medios de comunicación, especialmente la televisión privada.

Las clases en el poder mantienen el control de esas empresas, así que lo artístico-cultural con carácter mediático penetra por esos canales en los distintos estratos sociales de todo el orbe. Estas empresas desarrollan paralelamente el concepto de ayuda humanitaria, como es el caso de las catástrofes naturales o los conflictos sociales. En algunos países del mundo, e incluso en continentes enteros como África, las empresas —que despliegan en ocasiones más poder de movilización que la Organización para las Naciones Unidas (ONU)— brindan asistencia inmediata sin más protocolo que su personalidad como empresa, rebasando por momentos el papel y la autoridad que debiera corresponder a los gobiernos implicados. En ese tipo de ayuda y con apoyo en los criterios estéticos, se explicitan los mensajes directos y subliminales de la cultura global emergente.

El habitante de casi cualquier punto de la geografía planetaria ha incorporado a sus estilos de vida esos valores, independientemente de sus tradiciones y costumbres. Los hábitos de consumo adquiridos conforman el ideal mediatizado del hombre exitoso. En la visión cotidiana del individuo, acceder a esos bienes de consumo constituye un signo visible de su participación real o imaginada hacia la falsamente estetizada modernidad global. Sin embargo, no todo es determinante en lo que se refiere a los patrones sociales, pues a la par de estos procesos se generan contraculturas que reafirman los sentimientos de pertenencia en los individuos, mismas que responden a valores más profundos sustentados en la cultura tradicional, en la cultura propia de un país, de una región o de un grupo social, lo cual otorga a las sociedades una suerte de blindaje contra el impacto de la cultura del consumo.

El imperialismo cultural y económico se sustenta en lo que Max Weber denominó la "ética protestante", sustentada en el trabajo, a fin de motivar en los individuos la búsqueda del progreso y la superación personal a través de su incorporación en el estadio naciente del capitalismo moderno. Esa ética se ha ido imponiendo en el mundo por la mediación de grupos religiosos de carácter protestante, los cuales han fomentado un espíritu de participación, potenciando el plano individual, el igualitarismo sobre todo entre hombres y mujeres. Esto facilita la movilidad social en economías de mercado en vías de desarrollo, a la vez que estimula una participación directa o indirecta en la nueva economía global.

En este contexto, al margen de las diferencias de clase entre los sectores, en la globalización se producen tensiones y convergencias por igual, tanto a nivel de élites como en lo popular. Empero, hay un factor que les es común a todos: el de la individuación. Se caracteriza por el fomento a la independencia del individuo por encima de las tradiciones, las costumbres y la colectividad. La individuación se considera como un proceso social y psicológico que se manifiesta empíricamente en la conducta y la conciencia de las personas, lo que propicia que la cultura global y sus productos sean atractivos.

Parte de esa seducción se sustenta en el factor transgresivo dirigido a las tradiciones de una colectividad —cuando la tradición se da por aceptada, permite la liberación del individuo en lo que a sus manifestaciones externas se refiere—. Entre los principios de la moral capitalista está precisamente la liberación del individuo de las ataduras hacia el sometimiento social, cultural o familiar.

En el contexto de la cultura global y de consumo se fomentan expectativas que apuntan a exaltar al individuo en su lucha por destacar, liberándolo de las restricciones de la tradición. El individuo entonces no es capaz de ver más allá de sus propias necesidades, deja de pertenecer a una comunidad, de identificarse, de tener características que lo hacen afín a los demás y comienza a ser un individuo más entre millones de individuos.

No obstante, esta condición en el marco de la cultura global permite que los grupos minoritarios encuentren los espacios para hacer patentes sus derechos y la libertad de ejercer sus tendencias y propensiones, lo cual ayuda al surgimiento de distintas formas de expresión artística que difieren de lo formalmente establecido. Surgen expresiones como los desfiles del orgullo gay que se han transformado en festivales pan-eróticos, sistematizados y ordenados luego, para dar lugar a la seriedad formal —lo cual contrarresta las etiquetas de lo grosero y de lo anárquico—, creando así la ilusión de la libre expresión de lo creativo y de lo artístico —no en sus formas clásicas, sino en las alternativas y divergentes que rompen formalmente con lo ortodoxo—. Su fin es adoptar posiciones intermedias entre la aceptación y la resistencia militante, entre la homogeneidad global y el aislamiento.

Por otro lado, en el marco de la marginalidad surgen variantes que de igual modo discrepan del modelo clásico y nacen desde los bordes sociales. Aparecen en formas de carácter propio que se sustentan en la transgresión y el reciclaje, como es común observar en las manifestaciones de origen popular. Éstas se presentan cargadas de un profundo sentimiento religioso que rompe con los patrones consolidados por las propias instituciones religiosas, dando lugar a lo ecléctico y entremezclándose con lo artístico.

En lo referente al consumo, el bajo poder adquisitivo de las clases medias y populares ha dado lugar a la constitución de un nuevo escenario en el mundo del arte y la cultura, un arte popular religioso de índole barroca —en el caso de la cultura mexicana—, lo que nos obliga a revisar, desde distintos ámbitos, los conceptos y las teorías que durante años se han dado por válidos.

Las formas de vida que habían prevalecido hasta finales del siglo XX están cambiando, tanto en lo referente a los conocimientos y a las creencias, como en lo que concierne al arte mismo. Las leyes, las comidas, las vestimentas, la urbe, las construcciones arquitectónicas, todo aquello que conforma el quehacer humano y que se manifiesta en las obras de arte, ha cambiado.

Desde muy diversos ámbitos, el arte en los inicios del siglo XXI manifiesta transformaciones que se remontan hasta hace más de tres décadas, señalando la entrada a una nueva época en la que la modernidad —en su doble acepción, de fenómeno cultural y artístico— ha dado paso a la cultura posmoderna.

Lo que termina no es el arte, sino una época; las vanguardias artísticas de la modernidad, que a principios del siglo XX se sucedían unas a otras en una lógica de avance progresivo, han sido cuestionadas. Frente a la pretendida universalidad de los estilos modernos, los estilos posmodernos son plurales, eclécticos y susceptibles de múltiples lecturas e interpretaciones, o incluso de ninguna, en una lógica de l'art par l'art.

El arte de nuestra época no corresponde a una escuela o estilo determinado, como sucedía en el pasado, sino que debe ser entendido en el marco del "arte global" y puede abarcar tanto las posibilidades estilísticas y técnicas existentes a lo largo de la historia, como las que se crean y se recrean en la actualidad, en una especie de hibridación. En la sociedad de consumo el arte puede funcionar, en su modalidad impuesta por el Estado, como un ente coercitivo, o desde los movimientos transgresivos, como una suerte de llave reveladora hacia la emancipación, hacia la libertad.


Inicio de página