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1.1.2 La asunción y explotación de los estereotipos

Dado lo anterior, es fácil entender que el discurso mediático sólo se desplace por los casos que las historias del arte citan como modelo. De este modo, son Leonardo da Vinci, Ludwig van Beethoven, Margot Fonteyn y Gustave Eiffel los paradigmas de la pintura, la música, la danza y la arquitectura, respectivamente. La asunción acrítica de estos modelos los convierte en estereotipos, lo que significa haberlos sometido a un proceso de ahistoricidad, aislamiento y fragmentación.

Los artistas se uniforman a partir del eje de "la genialidad" que sólo admite unas cuantas divergencias: el sufrimiento, la sublimación del dolor, el patriotismo o la bohemia. De la misma manera que se une a los próceres históricos en torno a la sola idea de la heroicidad, uniformadora e incuestionable —pese a las diferencias que pudieron haber tenido sus proyectos políticos—, los artistas se uniforman sin que tenga relevancia su posicionamiento frente al lenguaje que operaron, el contenido explícito de sus obras, sus intenciones o su autoconcepto. De esta forma no existe diferencia entre Bach y Beethoven, ni entre ambos y Puccini, independientemente de que su manera de concebir la música y el papel que asumieron frente a su praxis tengan poco en común.

Los estereotipos simplifican, esquematizan y por eso desvirtúan, pero generan el imaginario de que las cosas pueden ser sencillas. Los medios explotan un arte simplificado, podado, mutilado, del que sólo se conserva una idea de excepcionalidad y trascendencia que no requiere de explicación o desarrollo: si algo es excepcional y trascendente, eso es el arte.

Poco hay que insistir en que un discurso construido a partir de distorsiones constituye por necesidad un discurso distorsionado y distorsionante. Así es el que ofrecen los medios y desde el cual conforman los imaginarios sobre el arte.


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