conocimientos fundamentales

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INTRODUCCIÓN

Adriana de Teresa Ochoa


El término literatura proviene del latín littera o litterae (letra del alfabeto), y hasta el siglo XVIII podía designar cualquier texto escrito, sin importar su tema. Su acepción moderna como conjunto de textos líricos, narrativos y dramáticos fue resultado de un largo proceso que se inició en la segunda mitad del siglo XVIII y culminó en el XIX, cuando se hizo corriente esta noción para designar específicamente a aquellos fenómenos verbales de carácter ficticio y finalidad estética que, desde Platón y Aristóteles, habían sido definidos como poesía.

A lo largo de la historia de la cultura occidental, la literatura —anteriormente denominada poesía— desempeñó diversas funciones y fue concebida de muy distintas maneras: desde su acepción como inspiración divina (Platón); como imitación de la naturaleza, de las acciones humanas o del mundo social (Platón, Aristóteles, realismo); como instrumento moral y didáctico (Horacio, neoclasicismo); como escrito de imaginación (romanticismo) o bien como realidad autónoma (simbolismo, vanguardias). De ahí que resulte imposible ofrecer una definición única y estable de esta noción, pues la literatura no es una esencia inmutable ni una cualidad meramente textual, sino que se trata de un fenómeno complejo, de carácter social e histórico, en el que inciden factores de diversa índole.

La perspectiva contemporánea reconoce la literatura como una institución que no sólo conserva un conjunto de textos orales y escritos que constituye un extraordinario acervo de experiencia humana, de estructuras formales y temas, entre otros elementos, sino que también implica un conjunto de prácticas sociales cuyas reglas de producción y lectura se transforman histórica y culturalmente. Así, los textos que asumimos como literatura se ofrecen al lector como formas significativas que entrañan distintos modos de comprensión, de representación y de explicación del mundo en sus diversos aspectos.

En ese sentido, la literatura es una fuente privilegiada de actividad reflexiva, emotiva, imaginativa y cognoscitiva que permite dotar de sentido a la propia experiencia y desarrollar una mirada crítica sobre uno mismo, la sociedad de la que se forma parte y los valores inculcados, entre otras posibilidades. La literatura permite al lector comprender las contradicciones de la vida, llenar vacíos, conocer y poner en duda el mundo al que pertenece, así como imaginar otras posibilidades de ser. En palabras de Michèle Petit: “Los libros, y en particular los libros de ficción, nos abren las puertas de otro espacio, de otro modo de pertenecer al mundo. […] Nos abren paso también hacia otro tiempo, en el que la capacidad de ensoñación tiene libre curso, y permite imaginar, pensar otras formas de lo posible.”1

Para que este tipo de experiencia sea posible, es necesario que el lector conozca y domine no sólo la lengua en que dichos textos se expresen —pues éstos son mucho más que un simple conjunto de enunciados lingüísticos— sino, principalmente, las normas y convenciones que rigen el discurso literario, las cuales permiten al lector saber qué y cómo buscar en el proceso de lectura para lograr una comprensión del texto. Así, la lectura de un texto como literatura supone poner en práctica un conocimiento implícito y una serie de estrategias que vuelven inteligibles ciertos aspectos de ese texto que, de otra manera, pueden parecer desconcertantes, extraños o indescifrables.

Cuando se habla de comprensión de textos literarios es necesario tener presente que su significado no es una forma ni una esencia que queda definida en el momento de su producción y que constituye una “verdad” oculta que el lector tiene que descubrir y recuperar, sino el resultado de la interacción entre el texto y el lector. Así, el significado literario está constituido por un conjunto de posibilidades a las que el texto da origen, en un proceso siempre dinámico.

De ahí que para todo lector de literatura resulte indispensable el conocimiento de aquellas convenciones que conforman los distintos géneros, pues no se puede leer de la misma manera un mito, un poema, una novela, un ensayo o un texto dramático. Ésta es la razón por la que este volumen dedicado a la literatura haya sido organizado por géneros, dándole prioridad a la descripción de las convenciones que los conforman para brindar a los lectores un mínimo horizonte de expectativas que les permita enfrentar los textos, de acuerdo con su tipo, poniendo en juego su capacidad interpretativa y de reflexión.

Como coordinadora del grupo de trabajo del área de Literatura, en el que participaron destacados especialistas de nuestra Universidad, deseo hacer un especial reconocimiento al trabajo de Verónica García Ruiz, cuyo apoyo entusiasta, profesional y comprometido fue fundamental para poder llevar a buen término este proyecto, impulsado por la Secretaría de Desarrollo Institucional, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Igualmente agradezco a Emilia Rébora Togno por haber autorizado la reproducción de algunos textos que formaban parte de la Antología de textos literarios que publicó la Facultad de Filosofía y Letras en 2007, como resultado de un proyecto del Programa de Apoyo a Proyectos para la Innovación y Mejoramiento de la Enseñanza (PAPIME).


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