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5.4.3 Un punto intermedio

No es éste el lugar para elaborar una teoría que rescatara los logros de las posturas que hemos visto y, al mismo tiempo, superar sus carencias. Lo que sí podemos hacer es perfilar algunas ideas sobre lo que dicha teoría debería tener en cuenta. Para hacerlo tomaremos algunas características, derivadas de las dos teorías anteriores, y que en un inicio parecen ser contradictorias.

Por un lado se defiende que los valores son entidades “ideales”; es decir, en cuanto ideas independientes del mundo y de las personas, serían irreales. Esta condición de idealidad los convierte en ideales por alcanzar y se muestran como lo que toda persona debería apreciar y esforzarse por realizar. Esta misma característica les otorgaría cierta realidad en la medida en que su idealidad impone un deber de realización. De hecho, en nuestra vida cotidiana nos esforzamos constantemente por llevar a cabo aquellos valores que consideramos superiores.

Por otro lado, en tanto universales, los valores representan los ideales de la humanidad en relación con lo que es estimado y lo que es rechazado. La libertad, la solidaridad o la tolerancia son valores que están más allá de intereses particulares y de una cultura determinada. Sin embargo, ello no significa que todas las culturas han aceptado los mismos valores o que éstos no hayan variado a lo largo de la historia. Por ejemplo, la igualdad es un valor que se ha estimado en diferentes épocas y en diferentes culturas, pero la igualdad que hoy buscamos es muy diferente a la igualdad que se practicaba en la antigua Grecia.

Si aceptamos este doble carácter de los valores en cuanto a su idealidad-realidad y universalidad- relatividad, podríamos hablar de un acercamiento entre las posiciones objetivista y subjetivista. Hay que reconocer que los valores existen en los bienes, no existen de manera independiente ni sólo en las preferencias de un sujeto. Los valores están vinculados a las propiedades valiosas de los objetos en este mundo: por ejemplo, un diamante tiene ciertas características naturales que le hacen ser de una forma específica y única, sobre las que se suman ciertos valores que el ser humano pone en él como un objeto económico o de estatus social. En este sentido, los bienes requieren de algunas propiedades físicas que sirven de cimiento a las cualidades que, como seres humanos, consideramos valiosas.

La objetividad de los valores surgiría del hecho de que podemos llegar a coincidir con otras personas sobre lo que es valioso. Esto significa que la objetividad de los valores se debe a que son una apreciación compartida y aceptada mediante un acuerdo intersubjetivo entre los seres humanos. Adolfo Sánchez Vázquez, quien defiende esta postura, lo expresa de la siguiente manera en su libro Ética: “el valor no lo poseen los objetos de por sí, sino que éstos lo adquieren gracias a su relación con el hombre como ser social. Pero los objetos, a su vez, sólo pueden ser valiosos cuando están dotados efectivamente de ciertas propiedades objetivas […] Los valores, en suma, no existen en sí y por sí al margen de los objetos reales —cuyas propiedades objetivas se dan entonces como propiedades valiosas (es decir, humanas, sociales)—, ni tampoco al margen de la relación con un sujeto (el hombre social). Existen, pues, objetivamente, es decir, con una objetividad social. Los valores, por ende, únicamente se dan en un mundo social.”

Parecería, entonces, que los valores no son cualidades independientes de las cosas ni meras preferencias individuales; en todo caso, los valores han evolucionado históricamente cambiando y precisando su contenido de manera intersubjetiva.

No podemos decir que los valores existan sólo para un sujeto individual que valora de acuerdo con su conveniencia. Si bien son creaciones humanas que se dan en tiempos y lugares específicos, los valores no son creaciones de un ser aislado, sino de seres humanos que están relacionados y que necesitan ponerse de acuerdo para subsistir. Pero tampoco son ideas que sólo estén girando en nuestras cabezas, pues requieren que los objetos que consideramos valiosos posean cualidades objetivas que les hagan ser partícipes de un valor.

De acuerdo con lo anterior podemos identificar tres características básicas en los valores, a saber:

a] Son bipolares, es decir, se presentan en un polo positivo y en uno negativo. Todo valor positivo tiene su opuesto que es un valor negativo.
b] Son heterogéneos, lo que significa que hay muchas clases de valores, algunos opuestos a otros, y sus combinaciones pueden ser muy diversas.
c] Son dependientes, en tanto necesitan de un depositario en donde objetivarse.

En síntesis, podemos decir que los objetos no poseen un valor en sí, sino que lo adquieren en su relación con el ser humano en la medida en que posean efectivamente ciertas propiedades. En otras palabras, los valores no existen independientes de la realidad, ni al margen de la relación con el ser humano, ni únicamente en la mente de quien valora. Sólo queda recalcar que el ser humano es un ser social, por lo que los valores son siempre sociales, es decir, su existencia proviene del hecho de que pueden ser compartidos en un mundo caracterizado por relaciones intersubjetivas.


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