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4.4.4 Las revoluciones tecnocientíficas

La tecnociencia es intrínsecamente revolucionaria dado que está orientada a la creación de innovaciones tecnológicas que comportan cambios en las prácticas de la sociedad y controversias sobre los valores sociales, lo cual causa conflictos de tipo económico, jurídico, político, ético e incluso religioso. Además, los efectos de la tecnociencia no se limitan a fenómenos y objetos naturales, sino que se extienden a fenómenos sociales, al cuerpo humano o a la forma de reproducción (por ejemplo, la fecundación in vitro o la clonación).

Las revoluciones tecnocientíficas transforman también la manera en que se hace, se enseña y se valora la ciencia; convierten a diversas ramas de las ciencias tradicionales en tecnociencias y alteran las actitudes, los objetivos y valores de los científicos y tecnólogos al convertirlos en agentes empresariales. A diferencia de las comunidades científicas, las comunidades tecnocientíficas son variables y difusas, pues sus miembros no se aglutinan en torno a cuestiones teóricas y experimentales, sino alrededor de intereses técnicos, económicos o políticos.

Los cuatro contextos — educativo, de innovación, de evaluación y de aplicación— en los que se analizó la relación entre ciencia y sociedad también son pertinentes para comprender el proceso de las revoluciones tecnocientíficas de los últimos años. La tecnociencia se ha convertido en un factor determinante en esos cuatro contextos, y ha alterado también la forma en que evoluciona la ciencia en ellos.

En el ámbito educativo existe una tensión en la enseñanza científica entre la investigación básica y la de aplicación tecnológica. Por un lado, muchas universidades y centros tecnológicos se han preocupado por formar científicos con un perfil tecnocientífico, lo cual ha implicado cambios en los planes de estudio para hacerlos más flexibles y menos extensos, con la reducción de los contenidos de enseñanza científica. Por el otro, hay universidades que mantienen un perfil más clásico en la enseñanza de las ciencias, más teórico y orientado a la investigación básica. Es decir, puede observarse un proceso de conversión tecnocientífica en la enseñanza de las ciencias. Las universidades y los centros de investigación de más prestigio e influencia están vinculados con proyectos tecnocientíficos con las empresas privadas o las agencias gubernamentales.

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En el contexto de la difusión, la tecnociencia goza de mucha celebridad, ya que los medios de comunicación magnifican a menudo las innovaciones, algunas de las cuales pueden ser —ciertamente— espectaculares, como el caso del anuncio de la clonación de embriones humanos por parte de un equipo científico coreano, que luego resultó ser falsa. Pero la difusión sensacionalista de las innovaciones tecnocientíficas también despierta sospechas y temores en algunos sectores sociales porque se sobrevaloran los efectos que se producirán.

Estas características implican que los científicos deben desarrollar nuevas habilidades de administración, gerencia y mercadeo de los productos tecnocientíficos. Los tecnocientíficos se han convertido en empresarios y sus empresas cotizan en las bolsas de valores y obtienen ganancias multimillonarias, como es el caso de Microsoft o Celera Genomics.

En el ámbito de la innovación, la vanguardia del desarrollo tecnocientífico está controlada por grandes empresas que reclutan a los jóvenes científicos más talentosos de las principales universidades del mundo.

En la tecnociencia, la innovación es un imperativo regido por el fin comercial, más que por obtener nuevos conocimientos o construir mejores artefactos. Por ello, las innovaciones tecnocientíficas no son siempre más eficientes o seguras que sus antecedentes tecnológicos. En la evaluación social de la innovación tecnocientífica ya no son los científicos los únicos protagonistas; también intervienen las empresas, que utilizan diferentes recursos para influir en la opinión pública y en las instituciones del poder social (los parlamentos, los sistemas judiciales, las agencias gubernamentales), por ejemplo, mediante el uso de la mercadotecnia y la publicidad (marketing) para mejorar la imagen de las empresas tecnocientíficas, e intentar convencer a los ciudadanos sobre las bondades y la seguridad de cada innovación tecnocientífica. Éste ha sido el caso de la producción de transgénicos o alimentos genéticamente modificados: muchos desconfían, sobre todo en Europa, de la fiabilidad de estas innovaciones, a pesar de las evaluaciones científicas que señalan su bajo riesgo.

Las evaluaciones de la tecnociencia ya no son, pues, exclusivas de la comunidad científica, porque no se trata de evaluar las teorías en las que se funda una tecnociencia, sino de estimar sus efectos sociales y ambientales. Por ello, muchos grupos ciudadanos (como los movimientos ecologistas), que tienen asesores o miembros con formación científica, también evalúan a las tecnociencias por sus efectos, costos, problemas y riesgos. En algunos casos intervienen también los sistemas judiciales cuando existen disputas, o bien, los parlamentos, para legitimar decisiones de política pública. En los últimos años, las revoluciones tecnocientíficas se han producido junto con controversias sociales que desatan conflictos de valores morales, culturales e incluso religiosos; por ejemplo, el debate sobre la utilización de neurofármacos o la clonación de embriones para obtener células madre.

En el ámbito de la aplicación, que es propiamente el de la realización de una innovación tecnocientífica, diversos agentes sociales participan en su diseño, evaluación y orientación. En este contexto, las preocupaciones por los efectos ambientales y sociales se han vuelto decisivas para modificar algunas de esas innovaciones.

Como se ha señalado, la relación entre tecnociencia y sociedad en los cuatro contextos es controversial y conflictiva. La era en que las sociedades confiaban ciegamente en la ciencia y en las innovaciones tecnológicas ha terminado. En la actualidad, en la medida en que existe una disposición mayor de información y de conocimiento (gracias a la tecnociencia misma), muchos ciudadanos son más activos y pretenden incidir en las decisiones políticas que orientan el desarrollo tecnocientífico. 


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