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1.5.2 La lógica y la toma de decisiones

Pasemos al último de los contextos argumentativos: la toma de decisiones. En la vida diaria estamos frecuentemente decidiendo, por ejemplo, qué transporte tomar para llegar a algún lugar, qué deporte practicar, la posibilidad de ir al cine, qué libro leer, a dónde viajar el fin de semana, si debemos casarnos, si debemos tener hijos, si aceptamos o no una propuesta de trabajo, etcétera.

 Hay muchas decisiones de las antes mencionadas que no requieren argumentación, porque las hemos mecanizado de tal forma que se realizan sin ninguna reflexión, pero hay otras que son de tal relevancia en nuestra vida que definen lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Este último tipo de decisiones requiere ser evaluado de manera cuidadosa, tomando en cuenta todas las opciones posibles. En estas situaciones la lógica se muestra como un instrumento poderoso para la toma de decisiones.

Utilizar la lógica en contextos de decisión significa pensar de manera eficaz y eficiente para alcanzar los fines tanto individuales como colectivos. La eficacia implica obtener lo que queremos en el tiempo planeado. La eficiencia supone dos cosas: 1) el mejor aprovechamiento de los recursos de los que disponemos (materiales, económicos, humanos, cognitivos y de tiempo) para alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto, y 2) que la decisión no genere más problemas de los que resuelve.

Es importante advertir que no hay soluciones que sean racionales en sí mismas, sino que las calificamos como tales por el proceso lógico de análisis que nos condujo a ellas. Este concepto de racionalidad se debe complementar con un concepto de racionalidad ética que haga posible no sólo tomar una decisión eficaz y eficiente, sino también que permita el mayor beneficio para todos los afectados por la decisión, o el menor daño posible cuando éste fuera inevitable.

La experiencia juega un papel muy importante en la resolución de problemas. Al enfrentarnos por segunda vez con un problema —igual o similar— contamos con herramientas, conocimientos y habilidades ya puestas a prueba para tomar una decisión de manera eficiente, eficaz y ética.

Cuando estamos frente a un problema nos preguntamos: ¿qué debemos hacer? Quizá se sienta el impulso de dar una respuesta inmediata sin detenernos a analizar el problema, pero si se quiere tomar decisiones racionales hay que resolver diversas cuestiones antes de dar una respuesta. Por ejemplo, tener claras todas las opciones que se nos presentan y, para cada una de ellas, preguntarnos: ¿con cuánto tiempo contamos para resolver el problema?, ¿qué habilidades y capacidades requerimos para enfrentar el problema y con cuáles contamos de hecho?, ¿depende únicamente de nosotros la solución del problema?, ¿qué conocimientos necesitamos y cuáles tenemos?, ¿qué consecuencias se siguen de cada una de las decisiones o posibles respuestas a nuestro problema?, ¿qué atención exige el problema y cuál es la que podemos darle realmente?, ¿qué recursos (materiales, humanos, económicos, etc.) se requieren?, ¿con qué recursos contamos?, ¿tenemos posibilidad de tener acceso a ellos o existe alguna restricción para su uso?, ¿hay algún costo asociado a su uso?

Una vez que hemos dado respuesta a las preguntas anteriores (que son sólo preparatorias para resolver el problema principal que enfrentamos), podemos avanzar en la búsqueda de una solución a dicho problema, es decir, en la toma de una decisión. Para ello procedemos a razonar, a construir argumentos, a evaluarlos hasta encontrar una solución eficiente, eficaz y ética. Sin embargo, con la solución a nuestro problema no ha concluido la toma de la decisión. El siguiente paso es llevarla a cabo.


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