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7.5.4 Sobre la interpretación y el receptor

Si la obra se transforma con la interpretación, ¿lo hace simultáneamente el intérprete-receptor- espectador? La recepción es parte de la obra, ¿es la obra parte del receptor? Volvamos a preguntar qué nos hace el arte.

En la Crítica del juicio, Kant afirma que el juicio de gusto no dice nada sobre el objeto, sino sobre el sujeto que lo emite, es decir, que cuando alguien dice “X es bello”, no está realizando ninguna afirmación sobre “X”, sino sobre sí mismo.

El marco principal del juicio de gusto kantiano no es el arte, sino la naturaleza. Lo que interesa resaltar aquí es que el juicio recae sobre el sujeto, pues lo que juzga es el modo en que el sujeto se representa en el objeto. El centro del sistema kantiano es el problema del conocimiento y, debido a ello, lo que juzga el juicio de gusto es la manera en que operan las facultades cognitivas del sujeto y no las cualidades o atributos del objeto que lo harían bello. En suma, el juicio juzga al sujeto, es decir, el modo en que operan sus facultades cognitivas.

Este tema será central para las estéticas posteriores. Para Schiller el juicio también se vuelca sobre el sujeto, sólo que, en su caso, el problema central ya no es el conocimiento; para él, aquello que le hace frente al espectador en el objeto bello es la apariencia de libertad.

Por otra parte, para Hegel la obra de arte es la manifestación de un pueblo, de una cultura. En el arte expresamos lo que somos, lo que hemos sido, lo que hemos querido ser. Para este autor, el presente no se forma ni se comprende al margen del pasado, pues lo que es hoy depende de lo que ha sido. ¿Cómo comprender lo que somos al margen de la Revolución francesa y la industrial, de la guerra de Independencia y la Revolución mexicana? No olvidemos que si hoy en Occidente nos podemos comprender casi “inmediata” y “naturalmente” como individuos con inalienables derechos humanos y civiles es gracias a un largo camino recorrido que forma parte de la historia de los pueblos. Las identidades personales, culturales, grupales y nacionales están conformadas por un entrecruzamiento de pasado y presente. Si nos hemos expresado en el arte, ¿no será también en el arte —aunque no exclusivamente— donde podemos encontrarnos y reencontrarnos, conocernos y reconocernos? Si comprender lo que somos (y lo que creemos, queremos y pensamos) depende de la comprensión de lo que hemos sido, entonces el arte, gracias a su fuerza única de expresión y a su contundente vehemencia, se revela como una ventana privilegiada que nos muestra a nosotros mismos desde distintas perspectivas. Presentación de nosotros mismos, con todo lo que eso significa, ésa es la experiencia del arte en términos hegelianos, y no solamente hegelianos, pues esta relación entre el arte y la historia la heredan las estéticas contemporáneas, entre ellas, la hermenéutica.

Si el arte es, para muchas filosofías, el espejo más íntimo de lo humano, ¿cómo habría de dejarnos inalterados la experiencia del arte? Tras haberse mirado de frente, tras haber contemplado la humana existencia con todos sus horrores y todos sus placeres, no se puede seguir siendo la misma persona de antes. Sobra decir que esta concepción del arte está directamente vinculada con el tema de la mimesis.

Así como la obra de arte y las interpretaciones sobre ésta se revelan inagotables, también nosotros nos descubrimos inagotables, nos hacemos y rehacemos en un proceso en constante transformación. Dicha transformación se juega también en el terreno del arte, por eso la experiencia del arte termina por ser constitutiva de nuestro ser, el cual no sólo se ve modificado, sino también expandido: somos más después de habernos enfrentado al arte, comprendemos más, sentimos más, vemos el mundo con otros ojos. El arte, decía Kant, genera mucho pensamiento; genera también muchos afectos, y con eso y desde eso vamos haciendo nuestra vida.

Para retomar una pregunta planteada al inicio: ¿qué pasa si no estoy de acuerdo con la visión del mundo que me presenta una manifestación artística? El arte abre y funda distintas visiones del mundo. Comprender aquellas con las que no concordamos es también comprender lo que somos, pues, siguiendo a Gadamer, toda acción de comprender es un comprenderse; el arte es creación y comprensión del mundo, creación y comprensión de nosotros mismos. Como dijo María Zambrano en su ensayo Misericordia: “Todo puede suceder, porque nadie sabe nada, porque la realidad rebasa siempre lo que sabemos de ella, porque ni las cosas ni nuestro saber acerca de ellas está acabado y concluso, y porque la verdad no es algo que esté ahí, sino al revés: nuestros sueños, nuestras esperanzas pueden crearla.”


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